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Columna
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'Colombianiza' que algo queda

Hillary Clinton ha dicho ante un areópago de expertos de la política exterior norteamericana que México se está colombianizando, que la violencia que sufre se asemeja a la de Colombia hace 20 años cuando -subrayaba- "un 40% del territorio estaba en un momento u otro controlado por la guerrilla de las FARC". Y añadía, como auténtica institutriz de la democracia, que México precisaría "mayor capacidad institucional y voluntad política" para derrotar al narcotráfico, que ha causado 28.000 muertes en los cuatro años de presidencia de Felipe Calderón. Las declaraciones pueden examinarse en tres niveles: 1. ¿Tiene razón la secretaria de Estado? 2. ¿Qué dicen sus palabras de la relación de Estados Unidos con América Latina? 3. ¿Tienen la señora Clinton y el presidente Obama la misma agenda política?

¿Cuenta Obama con los colaboradores necesarios para llevar a cabo la política exterior?
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1. Como se apresuraba a replicar la ministra mexicana de Exteriores, Patricia Espinosa, las FARC querían alcanzar por la fuerza la gobernación de Colombia, y solo con el tiempo degeneraron en narco-guerrilla, mientras que en su país solo hay pura delincuencia que pretende hacer invulnerable su negocio, pero no tomar el poder. Y ha sido la ofensiva desencadenada por el presidente Calderón la que ha movido a la narco-mafia a entrar en una guerra que se libra tanto entre las propias bandas como contra el Estado, cuando los carteles habrían preferido regentar en el anonimato su pingüe ocupación. Y aunque los 28.000 muertos de los últimos años le pueden hacer la competencia a los peores de la violencia guerrillera en Colombia, otra diferencia consiste en que parte importante de ese número de asesinatos se debe a reyertas intestinas del narco de forma relativamente autocontenida e incidencia social menor que en el caso colombiano, donde el campesinado era quien pagaba el mayor precio de sangre. Pero el índice de muertes violentas por habitante y año en México es entre una tercera y cuarta parte que el colombiano, pese a los éxitos del presidente Uribe en la lucha contra las FARC.

2. Más llamativa es, sin embargo, la desenvoltura de la secretaria de Estado estadounidense al referirse a vecinos, aliados y clientes de su país tan considerables como México y Colombia. El término colombianización, convertido en una especie de patrón oro del horror, ofendió a las autoridades mexicanas, y sorprende que no provocara reacciones en la propia Colombia, por mucho que hiciera referencia a un Estado que ya no es el mismo. Ver el nombre de su país acuñado como vara de medir para las desgracias ajenas es una manera poco grata de figurar en la historia. E igualmente ese tipo de comparaciones, para el que parece inventado el término de odiosas, no puede crear sino fricciones entre países tan próximos como México y Colombia. La aparente desinformación, por último, de Hillary Clinton ha hecho que Obama haya tenido que intervenir aunque con fortuna varia, puesto que al defender el presente de México ha tenido que hacerlo recordando que el pasado de Colombia había sido mucho peor.

3. ¿Qué puede significar el desliz de la secretaria de Estado? ¿Cuenta Obama con los colaboradores necesarios para llevar a cabo la política exterior de la que tan frecuentemente habla y tan dificultosamente practica? Es fama que la campaña para la designación de candidato presidencial demócrata en la que se opusieron Clinton y Obama dejó heridas que hay que limpiar de continuo para que no se infecten, y que una de las razones para tener a la esposa del presidente Clinton tan cerca era porque así estaba tan entretenida como observada. En noviembre hay elecciones de medio término a las cámaras y la prognosis no es extraordinaria ni para el partido ni para su líder, que podría ser presidente de un solo mandato. Y Hillary Clinton sigue aspirando a ocupar el Despacho Oval.

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La titular del Departamento de Estado podría estar diciendo que México es susceptible de un tratamiento de shock y el hecho de que EE UU esté enfrascado en dos guerras asiáticas y no pueda de momento añadir frentes a los que dedicar una atención preferente, no significa que la superpotencia restante pueda mantener indefinidamente a América Latina en el frigorífico. El repliegue, si se produce, de Irak y Afganistán, devolverá a la frontera meridional de EE UU todo su peso, como ya prueba la ley de Arizona que asedia aún más la vida al inmigrante latino-chicano. Y los pujos imperiales de Brasil tampoco podrán dejar eternamente indiferente a EE UU. Con Obama o con sus sucesores/as.

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