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AEROPUERTO DE BARAJAS | El impacto de la huelga general

Tiempo lento en las terminales

Pablo de Llano Neira

Barajas fue ayer un remanso de paz. Los piquetes se deslizaban mansos sobre el mármol encerado de la T-4, como budas con banderas sindicales. Alrededor, el tiempo estaba detenido. No había ni viajeros jurando en arameo por haber perdido su vuelo. Ante un mostrador de Iberia hacían cola sobre las once de la mañana unas 200 personas, educadamente. Los últimos de la fila, Eva Ocaña, 27 años, y Jorge Costa, 31, un matrimonio gallego, explicaron que su vuelo a Santiago había sido cancelado, que su equipaje, al parecer, estaba haciendo un tour por todos los carruseles portamaletas del aeropuerto, pero sonreían: habían llegado de Miami hacía un rato y sus caras estaban bronceadas. El tempo lento del aeropuerto se prestaba al diálogo sobre la huelga. Barry, un estadounidense que tuvo que retrasar su vuelo a Boston, no entendía a los españoles: "Si tienen un 19% de paro, ¿cómo se les ocurre dejar de trabajar?". La pregunta chocaba con la invectiva que lanzaba minutos antes un joven empleado que embalaba maletas con plástico como un rayo. "La reforma laboral es para apoyar a la burguesía". Con uno de los oficios peor pagados del aeropuerto (9.000 euros anuales), faenaba el día de huelga. "He venido por miedo a represalias", decía. Y vuelta a buscar clientes en los pasillos semivacíos.

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