_
_
_
_
_
Tribuna:Benedicto XVI llega a Barcelona
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Tedeschini contra Cataluña

Miguel Primo de Rivera, jerezano simpático, siendo capitán general de Cataluña se había mostrado condescendiente con las peculiaridades folclóricas catalanas, pero después del golpe del 13 de septiembre de 1923, tal vez para complacer a la guarnición de Barcelona, que siempre se había considerado celosa guardiana de la unidad patria, emprendió una dura política de represión no solo del catalanismo, sino aun de las más inocentes expresiones de la catalanidad y en primer lugar de la lengua. Aseguraba que el catalanismo estaba ya extinguido y que solo lo alimentaban artificialmente el clero (decía que el 90% o 95% de los sacerdotes catalanes eran separatistas, y lo atribuía a la maliciosa formación impartida en los seminarios) y unos pocos literatos con sus mecenas burgueses. Su planteamiento era muy simple: el régimen favorecía de mil maneras a la Iglesia española, a su jerarquía y a sus instituciones, y proclamaba una confesionalidad pública intachable, por lo que tenía perfecto derecho a exigir que el Vaticano colaborara en la represión del catalanismo.

Tras la caída de la monarquía, Vidal y Barraquer se implicó en la política de conciliación entre la Iglesia y la República
Más información
El negocio de la visita del Papa pincha

Ante la presión del Gobierno, Pío XI encargó al nuncio Federico Tedeschini una visita apostólica (o sea, en nombre del Papa) a la Iglesia catalana. Tedeschini era de antemano enemigo frenético de los nacionalismos, y aunque entrevistó a personalidades de ambas partes, solo dio crédito a los españolistas. Su informe conclusivo es furibundo. El Dr. Ramon Corts Blay, que lleva muchos años recopilando documentación vaticana referente a Cataluña, acaba de publicarlo íntegramente en la prestigiosa revista Analecta Sacra Tarraconensia. Tedeschini se traga todas las calumnias que le cuentan sobre los seminarios catalanes, los capuchinos, el Foment de Pietat Catalana, la Obra d'Exercicis Parroquials y, especialmente, sobre los monjes de Montserrat y, entre vehementes exhortaciones al secreto (para que no puedan defenderse) concluye que hay que alejar al cardenal arzobispo de Tarragona, Vidal i Barraquer, y al abad de Montserrat, Antoni M. Marcet. Fruto de aquel informe fueron unos decretos de diciembre del mismo 1928 de cinco congregaciones romanas ("una de las raras victorias políticas de que puede ufanarse el Gobierno de Madrid en la Roma del siglo XX", al decir de Ricardo de la Cierva) que, con palos de ciego, condenaban severamente abusos que no se daban.

No le fue difícil a Vidal i Barraquer demostrar lo infundado de aquellas disposiciones, y los decretos, que no habían sido promulgados oficialmente, fueron retirados sin derogarlos expresamente. Tedeschini quedó en falso, y en su informe después de la insurrección del 6 de octubre de 1934 sangraba aún por la herida cuando, considerando más peligroso lo de Barcelona que lo de Asturias, escribía: "... aquella Cataluña que desde 1928 ha hecho sufrir tanto a este nuncio de España, y que ahora le está dando demasiada, verdaderamente demasiada razón en todo lo que entonces dijo". Todavía en febrero de 1937 monseñor Rufini, secretario de la Congregación Consistorial, tenía mala conciencia cuando preguntaba al obispo de Tortosa Félix Bilbao si aquellos decretos habían llegado a ser publicados en algún boletín diocesano o se había hablado de ellos en la prensa.

Curiosamente, al caer la monarquía Vidal y Barraquer sería el mayor colaborador del nuncio en la aplicación de la política vaticana de acatamiento del nuevo régimen y de conciliación entre la Iglesia y la República. Por eso ambos eran odiados por la ultraderecha monárquica, y aunque en 1936 Tedeschini se declaró inmediata y repetidamente a favor del alzamiento, el Gobierno de Burgos no se fiaba de él. Su designación por Pío XII como Legado Apostólico al Congreso Eucarístico de Barcelona del 1952 fue un bofetón a Franco, y un puntapié al Caudillo en salva sea la parte, fue el gran plantón que Tedeschini le propinó en la solemne misa conclusiva.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Hilari Raguer es historiador y monje de Montserrat.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_