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La visita del Pontífice

Tres cuartos de entrada en La Monumental

Unas 10.000 personas van a la plaza y abuchean a los políticos de izquierdas

Lluís Pellicer

El cartel que lucía ayer La Monumental tampoco sirvió para llenar la plaza de toros, que lleva ya tiempo acostumbrada a registrar taquillas mediocres. Antes de las nueve de la mañana todo estaba preparado para albergar a las 15.000 personas que debían seguir la misa de la Sagrada Familia a través de las dos pantallas gigantes. Incluso se dispuso de otra en la calle por si los fieles desbordaban la capacidad de la plaza. No hizo falta. Al coso acudieron a lo sumo unas 10.000 personas que dedicaron sonoros abucheos a los dirigentes de izquierdas que iban apareciendo en las pantallas.

A las nueve de la mañana la confluencia de las calles de Marina y Diputació hervía esperando el papamóvil, que pasó fugazmente. En los balcones, los vecinos de esos edificios esperaban al Papa con senyeres y banderas amarillas y blancas, pero también con pancartas con el lema Jo no t'espero y algún mensaje dedicado al ilustre visitante: Condoms save lives! [Los condones salvan vidas!]. Algún morador del inmueble incluso se atrevió a provocar a la parroquia con el cartel "El Papa es el anticristo", aunque acabó por retirarlo.

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Tras el paso del papamóvil, los fieles entraron corriendo a la plaza, donde las pantallas emitían las imágenes previas a la ceremonia de la Sagrada Familia. Cuando apareció el ministro de Presidencia, Ramón Jáuregui, silbaron a rabiar. A los 10 minutos apareció el presidente del Parlament, Ernest Benach, y le dedicaron otro abucheo. Los ánimos se calmaron cuando salió la Reina, a la que aplaudieron hasta que en apareció el presidente de la Generalitat, José Montilla, y se acabó la alegría. Y así el público se debatió entre los silbidos y los aplausos, los cánticos al Papa y unas cuantas olas hasta que anunciaron el inicio de la misa.

"Es una vergüenza que no esté Zapatero... ¡Ni Rubalcaba!", comentaba un asistente a la ceremonia a otro, que enseguida asintió. Entre el público, abundaban los jóvenes que iban en grupo, con parroquias y colegios religiosos, parejas muy bien vestidas y seguidores del conservador Camino Neocatecumenal, como indicaban los carteles que portaban. También acudieron a La Monumental muchos fieles procedentes de América Latina, que fueron los que demostraron más fervor durante la misa. Muchos se emocionaron, lloraron, alguno rezó arrodillado en el coso y otro lo hizo agarrado a su pequeña cruz.

Los parlamentos en catalán del Papa no suscitaron demasiadas adhesiones. En cambio, sí despertaron la euforia las palabras sobre la "protección" para la familia "natural". E igualmente lo ovacionaron cuando se refirió a la familia como la que emana del matrimonio entre un hombre y una mujer y cuando criticó el aborto. "El Papa ha estado muy bien. El obispo de Barcelona... Yo lo he aplaudido porque es el monseñor y he de hacerlo, pero habla demasiado del pueblo catalán. ¿Y el español qué?", se quejó Esperanza, que se levantó a las seis para "coger un buen sitio" para ver al Papa.

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Los que peor llevaron la larguísima misa fueron los chavales. A mediodía se arrastraban por la arena del coso, salían en tromba de los burladeros y corrían por los pasillos de la plaza. Así que muchos aprovechan la comunión -había un sacerdote en cada acceso- para comulgar e irse a casa. Tampoco algunos jóvenes aguantaron la misa del tirón y salieron a fuera a echar una cabezadilla en la calle, a fumar o a tomar algo al bar. Quienes aguantaron, pudieron ver de nuevo al Papa a bordo de su vehículo. De nuevo, desapareció en un abrir y cerrar de ojos.

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Sobre la firma

Lluís Pellicer
Es jefe de sección de Nacional de EL PAÍS. Antes fue jefe de Economía, corresponsal en Bruselas y redactor en Barcelona. Ha cubierto la crisis inmobiliaria de 2008, las reuniones del BCE y las cumbres del FMI. Licenciado en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona, ha cursado el programa de desarrollo directivo de IESE.

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