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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Final de ciclo

El electorado suspende al tripartito en los sondeos, mientras CiU roza la mayoría absoluta

Las elecciones catalanas del próximo domingo marcarán un final de ciclo y, de cumplirse los pronósticos, Convergència i Unió volverá a ocupar el Palau de la Generalitat. Las aguas vuelven a su cauce y quienes siempre gobernaron volverán a hacerlo. La anomalía que ha supuesto el periodo de siete años de Gobiernos progresistas toca a su fin. La voluntad soberana de los ciudadanos, detectada por los sondeos, es que mayoritariamente no quieren repetir -ni siquiera los votantes de izquierdas- la experiencia del tripartito, al que la historia puede absolver como generador de políticas sociales, pero ya ha condenado por su nefasta estrategia comunicativa.

De la encuesta de Metroscopia que hoy publica EL PAÍS hay tres elementos destacables: CiU se sitúa a cuatro o cinco diputados de la mayoría absoluta; el voto en blanco es la cuarta fuerza política en Cataluña, con un 9,1%; y la mitad del cuerpo electoral catalán puede quedarse en casa. La elevada abstención, si se produce, conducirá a una fragmentación a la italiana del Parlamento, con Ciutadans que podría doblar su representación y la entrada de Laporta con sus independentistas. Para los socialistas catalanes esa abstención es letal. Ellos serán los primeros a quienes la crisis económica pase factura. Su debilidad es un síntoma preocupante de la fragilidad en que quedan quienes defienden de forma más sólida los puentes entre Cataluña y España.

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El sondeo detecta un fuerte incremento del independentismo, sobre todo entre los votantes nacionalistas, pero repartido en todo el espectro. Un 37% votaría ahora a favor de la independencia de Cataluña y un 47% en contra. Son datos que deben dar que pensar sobre los efectos de la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto, un asunto en el que no ha habido movimiento alguno, pasados cinco meses, a pesar de las declaraciones de intenciones del Gobierno central respecto a gestos que condujeran a cicatrizar rápidamente las heridas.

La victoria de CiU y su radicalismo verbal en el terreno nacionalista volverá a tensar la cuerda y dejará abonado el campo para que el independentismo siga asentándose en el futuro. La comodidad de un aliado de centro-derecha para Gobiernos del PSOE o del PP como es CiU no debe hacer perder de vista los efectos que su hegemonía puede tener en Cataluña.

CiU está ahora en estado de gracia. Su líder, Artur Mas, ha advertido de que hasta la mitad de legislatura no podrá aplicar parte de su programa. Pero las expectativas de cambio son tan grandes que la ciudadanía da más crédito a las palabras que a los hechos. A CiU no le pasa siquiera factura el caso Palau, un episodio de supuesta financiación irregular de Convergència, el partido mayoritario de la federación. Los nacionalistas están intentando convertir un supuesto cobro de comisiones en obra pública en un caso de caza de brujas, resucitando las viejas doctrinas conspirativas. Es ahí donde quienes previsiblemente van a gobernar en Cataluña deberían demostrar que también en este capítulo cambiarán de estilo político.

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