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ELECCIONES CATALANAS | Faltan 2 días
Columna
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Populismos

Por alguna misteriosa razón hace tiempo que, cuando en nuestros análisis políticos empleamos el concepto de populismo, es para asociarlo única y exclusivamente con planteamientos de derecha, incluso de derecha radical: populista es la Plataforma per Catalunya; populismo es lo que ha hecho García Albiol en Badalona y lo que dice en campaña el PP entero a propósito de la inmigración..., y si nos asomamos al exterior, populista es Berlusconi. Tan es así, que muchos ciudadanos ajenos al mundo académico deben de interpretar la palabra populismo como una manera eufemística de designar a la extrema derecha.

Sin embargo, la historia y la política comparada nos muestran que también existe un populismo de izquierdas, porque el populismo no es un cuerpo de doctrina, sino una metodología, una manera de hacer política que puede ponerse al servicio de ideologías muy dispares. Populista era el Alejandro Lerroux que, en la Barcelona de principios del siglo XX, halagaba a su clientela obrera con frases del tipo "el pueblo siempre tiene razón, incluso cuando se equivoca". Populista es el caudillo venezolano Hugo Chávez, que soborna a los sectores sociales más modestos con subvenciones y regalos y los intoxica de retórica antiimperialista, mientras asfixia las libertades democráticas en nombre de la lucha contra una supuesta oligarquía que engloba a la mitad de la población. Populista con rango de modelo es el peronismo argentino desde sus orígenes, desde aquella campaña presidencial de 1946 en que, enfrentado al bloque de todos los demás partidos, el general Perón identificó a sus adversarios con las injerencias de un diplomático yanqui, Spruille Braden, y resumió así la disyuntiva ante las urnas: "O Braden o Perón: sepa el pueblo votar".

En esta campaña me ha parecido percibir en los discursos de las izquierdas catalanas un buen puñado de tics de tinte populista
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En definitiva, el populismo se caracteriza por halagar o excitar los instintos populares más primarios, por despreciar o denostar a las élites (ya sean las intelectuales, las económicas, las sociales...), por no admitir la crítica, por cultivar el simplismo y el maniqueísmo (nosotros poseemos toda la verdad y la razón, ellos están completamente equivocados, o los mueven intereses inconfesables)... El populismo es la antítesis misma de aquella noble filosofía que el socialista catalán Rafael Campalans resumió en el título de un libro: Política vol dir pedagogia.

Hechas tales precisiones conceptuales, confesaré que durante esta campaña electoral ya casi concluida me ha parecido percibir, también en los discursos de las izquierdas catalanas, un buen puñado de tics y de actitudes de claro relente populista. Populismo es -a mi modesto juicio- que, con la excusa de dar a conocer la situación patrimonial de los cabezas de lista, se haya abierto una especie de concurso para ver cuál de ellos parecía más pobre, más hipotecado, con unos hábitos de consumo más humildes y cercanos a los del uomo qualunque. Populismo es andar repitiendo que "Cataluña es un país de izquierdas" con el mismo tono dogmático y posesivo con que el canónigo Torras i Bages afirmaba que "Cataluña será cristiana o no será". Populismo de bajísimo vuelo es lo que hizo el otro día el inefable consejero de Agricultura, Joaquim Llena: calificar a los adversarios de "gilipollas".

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En el terreno del populismo cool descuella la coalición situada en el flanco izquierdo del actual arco parlamentario. Su líder se ha pasado estas semanas cargando contra una "derecha" indiferenciada cuya eventual victoria supondría -dijo- "una pesadilla para los trabajadores de este país", y a la que se debe aislar tras un cordón sanitario como si se tratase del mismísimo fascismo. Según dicho candidato, las críticas recibidas por su grupo durante el pasado cuatrienio obedecen, todas, a una conjura, y el único error -ajeno- del segundo tripartito fue no haber excluido en bloque del consenso sobre la Ley de Educación al 45% de los votantes.

Como demagogos populistas, Lerroux o Perón tenían muchísimo más nivel.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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