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Escalada bélica en Corea
Columna
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China tiene la llave

Francisco G. Basterra

Ni la virtuosa Asia, supuesto paradigma del nuevo siglo, acumulando peso estratégico e influencia económica y política cada vez mayores, es tan virtuosa. Ni tan estable. Ni ofrece una nueva vía para salir de la crisis que no cesa. Nos llegan desde el mar Amarillo imágenes de una guerra fría aún no cerrada en la península de Corea, 20 años después de la caída del muro de Berlín, con ataques de artillería contra una pequeña isla surcoreana que nos retrotraen a las viejas películas en blanco y negro de la guerra del Pacífico.

Girando el globo terráqueo hacia el oeste, asistimos impotentes a la sacudida que sufre la moneda única europea, y con ella el extraordinario proyecto de unión de nuestro continente lanzado en Roma hace ya más de medio siglo. Acciones armadas que hay que contener y turbulencias financieras que debemos soportar, pero que no nos deben llevar a perder la perspectiva general, presos del miedo y la incertidumbre, en gran medida los motores de lo que nos está ocurriendo.

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Vivimos en un mundo sometido a la perversión del ciclo de noticias continuas de 24 horas, con la exigencia de respuestas inmediatas a sucesos muy complejos, que impiden aplicar distancia y una mínima reflexión sensata sobre los acontecimientos. Podríamos convenir que, por el momento, ni Asia es el faro de un Occidente desnortado, ni Europa está a punto de hundirse derrotada por los mercados. Una legión de jóvenes de ambos sexos, aunque predominan los hombres, que desde las terminales electrónicas de Bloomberg o Reuters, en salas de tesorería de Londres, Nueva York o Tokio, especulan contra las deudas, públicas y privadas, de Grecia, Irlanda, Portugal o España, logrando a veces que sus propias autoexpectativas se cumplan.

Habitamos un mundo integrado en el que la crisis de la deuda europea es capaz de sembrar el desconcierto mundial; nuestra seguridad depende de los caprichos de un clérigo que supuestamente vive en una cueva en Pakistán; de la incertidumbre de la sucesión de la monarquía comunista sátrapa de los Kim en Corea del Norte; de los manejos de una gerontocracia militar aislada en la opaca Pyongyang, pero que dispone de entre seis y 10 bombas nucleares y parece decidida a dotarse de algunas más. Un régimen de opereta, pero atómica, que ha condenado al hambre a su población. Estima que sus constantes provocaciones armadas no le van a costar nada. Su arsenal nuclear y sus misiles convierten a este país, paria internacional, en intocable. No hay solución militar. Estados Unidos tiene todavía 28.000 soldados en Corea del Sur, y el portaaviones de propulsión nuclear USS George Washington, se dirige a la zona del conflicto para realizar maniobras junto a los surcoreanos. La vieja diplomacia de la cañonera enseñando la bandera en un mar, el Amarillo, que Pekín considera su lago. China, el banquero prestamista de Estados Unidos, tiene la llave capaz de contener a Pyongyang. Posee un acuerdo de defensa mutua con Corea del Norte a cuyo lado luchó en la guerra de Corea, en la que murió el hijo mayor de Mao. China garantiza el 90% de la energía, el 80% de los bienes de consumo y el 45% de los alimentos que consume Corea del Norte. Su interés estratégico reside en evitar la desestabilización de su vecino y un posible éxodo demográfico hacia sus fronteras. El ex presidente norteamericano Jimmy Carter, buen conocedor de Corea del Norte, explica en The Washington Post que solo es posible una solución diplomática. Pyongyang estaría pidiendo respeto y negociaciones directas con Washington, y este sería el objetivo de la escalada de provocaciones. Con un telón de fondo de sucesión en la dictadura y necesidad de afirmar la firmeza y competencia, visiblemente inexistentes, del sucesor, Kim Jong-un, el general más joven del mundo, 27 años, al que el Ejército no acaba de tragar. Obama deberá seguir con su política de paciencia estratégica e incluso, finalmente, puede verse obligado a aceptar el statu quo.

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La historia se repite. El presidente Eisenhower, un general, entendió que debía acabar con la guerra de Corea con un acuerdo político, que llevó al armisticio, una suspensión de hostilidades sin tratado de paz, largas tablas que se mantienen desde 1953. Así nacieron las dos Coreas, a similitud de la Alemania dividida entre comunistas y capitalistas. Antes, Truman destituyó al general MacArthur que, insubordinado contra el poder civil, quería arrasar China con armas atómicas para acabar con la guerra. El historiador Robert Dallek, biógrafo de las presidencias de John Kennedy y Lyndon Johnson, reflexiona sobre lo que llama "cualidades ingobernables" de los tiempos que vivimos. Y afirma que lo que definirá esta era de la presidencia de Obama es "el poder disminuido, la autoridad reducida, la capacidad mermada para definir los acontecimientos".

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