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Entre la censura y el desmentido

Italia, el gran laboratorio político europeo, está viviendo el ciclón Wikileaks, como lo ha bautizado el director de La Repubblica, Ezio Mauro, con sentimientos ambivalentes. De una parte, no ha habido periódicos italianos entre los cinco medios que están dando a conocer al mundo el contenido de los cables, aunque ha trascendido que el Corriere della Sera (conservador) y La Repubblica (progresista) lucharon hasta el último minuto por entrar en el grupo de los elegidos por Julian Assange.

En ambas redacciones se cita con cierta amargura una supuesta frase del fundador de Wikileaks, que habría negado los papeles a los emisarios italianos alegando un exceso de provincianismo, una dependencia obsesiva de Silvio Berlusconi y un consiguiente desinterés por el resto del mundo.

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Sea cierto o no, los grandes periódicos italianos y las mejores firmas del país han seguido con gran atención el fenómeno, y han dado puntual y abundante información. Sobre todo, acerca de las revelaciones sobre Berlusconi (el Corsera publicó misteriosamente algún cable antes que nadie, y eso precipitó en cuatro o cinco días la salida de las informaciones sobre el magnate italiano), pero también lo referido al Vaticano ha encontrado gran eco en las páginas de la prensa de referencia.

Por contraste, las televisiones donde el primer ministro impone su realidad paralela y perfecta se han limitado a recoger los reiterados desmentidos de Berlusconi ("juro por mis hijos y nietos que nunca he cobrado un dólar de los contratos con Rusia"), sin contar antes la noticia previa. Por su parte, el Vaticano ha seguido la misma táctica: ha expresado toda su indignación con una nota, ha lanzado la caza de sus fuentes desleales y L'Osservatore Romano ha censurado por completo las noticias.

Pese a todo, los cables han producido en Italia y en el Vaticano más temor y turbulencias que en ningún otro país, como prueba el hecho de que el ministro de Exteriores, Franco Frattini, se haya convertido patéticamente en el principal instigador de la detención de Assange, al que ha acusado de querer "destruir el mundo". Las sospechas de Estados Unidos sobre los negocios privados entre Berlusconi y Vladímir Putin, y los comentarios sobre su estado de salud de sus colaboradores más cercanos han causado un terremoto político interno y un serio problema bilateral, que obligó a Hillary Clinton a comparecer junto a un tembloroso Il Cavaliere en un aparte televisado durante la cumbre de la OSCE afirmando que "Washington no tiene en el mundo un amigo como Berlusconi".

La lección, según Ezio Mauro, es que "el poder italiano tiembla más que otros ante el ciclón Wikileaks precisamente porque es un poder cerrado, opaco, no transparente, con elementos de fuerte anomalía para una democracia occidental, con evidencias de fragilidad creciente en su capacidad de Gobierno unidas a aspectos oscuros que inquietan a los aliados".

En definitiva, concluye, "el sistema político no entiende el cambio de era que supone Wikileaks porque mientras el ciclón estaba ya soplando, ellos estaban, como siempre, sentados ante la televisión italiana en red unificada: creyendo que el viejo marco de los telediarios de RAI1 y Canal 5, construidos por la política, pudiese todavía encuadrar el mundo, cuando el mundo había ya cambiado".

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