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ANÁLISIS
Columna
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El largo camino hacia el coche eléctrico

La evolución de los motores diésel ha sido espectacular en los últimos años. De aquellos pesados y ruidosos motores que equipaban a los primeros camiones Barreiros y Pegaso hasta los cuidados propulsores que empujaban el Peugeot con el que Marc Gené ganó las 24 Horas de Le Mans en 2009 hay muchos años de trabajo en investigación y desarrollo de todas las marcas automovilísticas e inversiones millonarias.

Los grandes grupos automovilísticos diseccionaron los motores diésel y mejoraron uno a uno todos los elementos que los componían: revolucionaron la inyección, optimizaron la compresión y la combustión, incorporaron los turbo, introdujeron materiales de calidad como el aluminio y abarataron los costes. Lanzaron al mercado un motor que ofrecía similares prestaciones a los de gasolina, con un ruido similar, pero con las ventajas de tener menos averías, aguantar 400.000 kilómetros y alimentarse de un producto más económico.

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La mayor evolución, sin embargo, llegó cuando los departamentos de competición entraron de lleno en el diésel. En 2006, el Audi R10 TDI se convirtió en el primer prototipo que ganó en Le Mans con un motor diésel. Presentaba un bloque de aluminio de 12 cilindros en V de 5,5 litros, equipado con turbo, que ofrecía una potencia de 650 CV a un régimen máximo de 5.000 rpm (un motor de gasolina de competición ronda las 12.000 rpm).

Sin embargo, la evolución de los motores diésel está sufriendo un frenazo porque las grandes marcas, apoyadas económicamente por los Gobiernos, han lanzado todos sus esfuerzos hacia los motores eléctricos. Renault ha invertido en los últimos años 4.000 millones de euros en el desarrollo de un coche eléctrico que ha sido copiado ya antes de ser lanzado al mercado. Mientras el diésel evoluciona a velocidades más lentas, los coches híbridos con motores combinados van invadiendo los mercados y abriendo camino a los vehículos eléctricos que en 10 años habrán resuelto ya el problema de la autonomía —ahora en ningún caso se superan los 300 kilómetros— y estarán enterrando a los clásicos motores de gasolina y diésel.

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