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Hacia un nuevo orden mundial | Cumbre China-EE UU
Columna
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Brindis con fondo de jazz

Francisco G. Basterra

Jazz de fondo en vivo, cena de gala y pompa, brillan las arañas de luz sobre las mesas de la Casa Blanca. El presidente Obama, que acaba de superar el ecuador de su mandato, honra en la Casa Blanca al máximo líder chino, Hu Jintao. El premio nobel de la Paz 2009 sienta a su mesa al secretario general del Partido Comunista de China, carcelero del premio nobel de la Paz 2010, Liu Xiaobo. Hu y Barack comparten la mesa central con Henry Kissinger, 88 años, artífice junto con Nixon hace más de tres décadas del deshielo de las relaciones entre Estados Unidos y China. Barbara Streisand, la actriz de la que Hu se declara fan, también está en la mesa principal: "creo que porque fui camarera en un restaurante chino". Se escenifica la entrada de China en la liga de los supergrandes. Kissinger comenta que a China hay que aceptarla tal como es. A los brindis, Obama levanta su copa y dice que, pese a las diferencias, EE UU y China comparten la reverencia por la familia, el trabajo duro y el deseo de dar a nuestros hijos una vida mejor. Hu asiente satisfecho porque cree que su mensaje ha sido aceptado: EE UU y China deben respetar el sistema de valores del otro. Ha escuchado de Obama que EE UU no quiere bloquear la emergencia de China como superpotencia y ha prometido que su ascenso será pacífico.

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Hu Jintao ya está de retirada. En 2012 una nueva generación de líderes ya designada ocupará el poder en Pekín. Con su visita de estado a Washington estabiliza la difícil relación con EE UU, y despeja el peligro de una confrontación, impensable por la telaraña de interdependencia tejida entre EE UU y China al amparo de la globalización. Hu ha encajado las críticas explícitas por la represión de los derechos humanos. Tenía la respuesta preparada y escrita. "China necesita todavía hacer mucho en términos de derechos humanos". Estas palabras, que fueron la noticia en occidente, no llegaron a la población china. El principal informativo del país, a las siete de la tarde en CCTV, las silenció. Cuando el presidente chino habla de derechos humanos se refiere en realidad a la mejora de la calidad de vida y al esfuerzo, todavía inacabado, por sacar de la pobreza a cientos de millones de habitantes. Y a realizar esta operación con estabilidad y cohesión social, manteniendo el orden. No está pensando en elecciones libres o separación de poderes. El crecimiento portentoso de China, aguanta un sólido 10%, legitima su modelo autocrático y concede credibilidad exterior a un sistema que incluso puede exportar.

China habla ya de tú a tú a EE UU. Es su principal banquero. Escucha inmóvil las peticiones de Washington de que revalúe el yuan para reequilibrar una balanza comercial muy deficitaria (exporta cinco veces menos de lo que importa de China). Hu se ha permitido poner en duda el papel del dólar como divisa de referencia. Reta a Washington en el Pacífico, hasta ahora considerado un océano norteamericano, y construye una "cadena de perlas", con puertos en el Índico, desde el Golfo Pérsico hasta el estrecho de Malaca, para proteger la llegada de sus importaciones masivas de petróleo. Obama sabe que China es además un elemento de política doméstica con influencia electoral: sus ciudadanos culpan a China de la pérdida de puestos de trabajo en EE UU. Tiene que pelear con un Congreso con mayoría republicana, más proteccionista. Obama ha obtenido con la visita de Hu el compromiso de la compra por China de 200 aviones Boeing y otros productos norteamericanos por valor de 33.000 millones de euros. El 47% de los estadounidenses cita a China, equivocadamente, como el primer poder económico mundial, frente al 31% que dice que es EE UU, según un sondeo de Pew. Reaparece la idea del declinar del país. América en declive. Esta vez es verdad, titula en su última portada la revista Foreign Policy.

Asistimos, 30 años después, el triunfo de Deng Xiaoping, "el hombre con el cerebro redondo y cabeza cuadrada", como le definía Mao. El artífice del desarrollo económico y modernización de China, el socialismo con peculiaridades chinas. Un capitalismo de mercado con fuerte presencia del Estado, todavía se rige por planes quinquenales, sin democracia política. Hasta hace muy poco, China practicaba la filosofía de humildad de Deng: protejámonos tras nuestro subdesarrollo, "no portar la bandera ni encabezar la ola". Ya no es necesario esconderse. China ya ha llegado. Con un modelo triunfante en lo económico sin la homologación política de la democracia. ¿Hasta cuándo? Apasionante siglo sin dueño el XXI, que podría acabar siendo el siglo de algún otro.

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