Campanas con sordina
Dan ganas de ser, por fin, medianamente optimista. Hasta ahora, el VIH ha escapado a todos los intentos que se han hecho para dominarlo. Los cócteles de fármacos que se usan desde 1996 han sido prácticamente el único éxito. Pero, poco a poco, empiezan a aparecer noticias alentadoras: la revista Science consideraba los avances en microbicidas y la píldora preventiva, que se toma antes de una situación de riesgo, uno de los hallazgos de 2010.
Ninguno de los avances que hay hasta ahora son la solución definitiva. Los antirretrovirales no erradican el virus, aunque reduzcan su presencia a niveles indetectables. El resto ronda una eficacia del 30% o el 40%. Pero eso no es poco, si se piensa que hace cinco años el porcentaje de protección, salvo el de los preservativos, era del 0%. El trabajo en busca de una vacuna terapéutica (la que no sirve para prevenir sino para tratar a los ya infectados) que se anunció ayer es otro prometedor paso en esa dirección.
Pero, probablemente, no sea la solución definitiva. La ventaja de que sea más barata que los tratamientos sirve para los países ricos, pero su sistema de producción (una a una para cada paciente) no permite pensar que sea de uso universal ni siquiera aunque su eficacia fuera del 100%. Y mucho menos en países como los más afectados, donde, a falta de un suministro eléctrico estable, el éxito es conseguir mantener un cultivo refrigerado. Para ellos una vacuna más sencilla y preventiva es la verdadera solución.
Por eso, queda aún mucho por hacer. Y si las campanas se lanzan al vuelo, que sea con sordina.