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Crítica:CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Mejor con Schubert

Tras la actuación del martes, con dos sonatas de Schubert íntimas e introspectivas, Barenboim jugó, el jueves, la carta de la extroversión. Una extroversión que afectó, de hecho, a todo el programa. No solo por el enfoque de los dos conciertos de Liszt, sino porque la Orquesta de Valencia los completó con obras tan exuberantes como Los Preludios (también de Liszt) y la obertura de Los maestros cantores (Wagner). Y aunque Yaron Traub hizo una versión contenida de aquella, el final fue de bombo y platillo: hay cosas que no pueden tocarse de otra manera. De cualquier forma, logró pasajes inquietantes y expresivos. En la orquesta, cada entrada de las trompas fue una gozada, por limpieza y ajuste, y la cuerda respondió siempre luciendo terciopelo en el sonido. Maestros Cantores se interpretó con viveza, aunque hubiera gustado algo más de claridad en las voces internas para disfrutar holgadamente del estupendo contrapunto que Wagner ofrece aquí.

ORQUESTA DE VALENCIA

Director: Yaron Traub. Piano: Daniel Barenboim. Obras de Liszt y Wagner. Palau de la Música. Valencia, 17 de febrero de 2011

Barenboim demostró que tiene todavía una potencia más que suficiente para hacerse oír junto a una gran formación sinfónica, incluso en obras como estas donde el piano aparece muy integrado en la orquesta. Podría decirse, incluso, que abusó a veces de su vigor. A cambio, los remansos líricos se tocaron con toda la gracia y riqueza que derrocha el argentino. Por ejemplo, el precioso pasaje en solo junto al violonchelo, el embrujador comienzo del Allegro moderato (ambos del núm. 2) o los episodios lentos del Allegro maestoso (núm. 1). Pero el resultado global no estuvo a igual altura que su anterior recital. El pianista, para empezar, no tocó, por lo general, con la misma limpieza. Y la orquesta, sobre todo en los dos últimos movimientos de cada concierto, tuvo también momentos emborronados.

Existía, además, un problema añadido: Barenboim ha tenido siempre un fraseo tan elaborado como libre, algo que constituye, quizás, uno de sus mayores encantos. Sin embargo, ajustar esa libertad métrica con una orquesta entera resulta difícil, por más que los profesores, el director y él mismo pusieran un evidente empeño en la tarea. Pero con tres ensayos (y no cabe asustarse, porque otras veces hay menos) no se aseguran los milagros, aunque a veces sucedan. Estaba tan cerca, por otra parte, la magia que pudo disfrutarse, dos días antes, en el monográfico de Schubert, que la comparación se hizo ineludible.

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