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TORMENTAS PERFECTAS | OPINIÓN
Columna
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La orquesta del 'Titanic'

Lluís Bassets

El crujido de las cuadernas debiera hacernos estremecer. Un mundo entero, el mundo que hemos conocido, se está hundiendo. Dentro de poco no podremos reconocerlo. Es como una segunda réplica del final de la guerra fría, un arreón que se está llevando por delante lo que quedó de todo aquello. Congelados en la historia, los pueblos árabes se habían convertido en la variable fija sobre la que se asentaban todos los otros cambios. Los antiguos países comunistas accedieron a la libertad; terminó el apartheid en Sudáfrica; Europa se encaminó con desigual fortuna a su unificación; emergieron las potencias del futuro bajo el rótulo de los BRIC (Brasil, Rusia, India y China); el islamismo democrático llegó y se asentó en el poder en una Turquía también emergente; y Estados Unidos, país fundado por terratenientes ilustrados y esclavistas, puso al fin a un afroamericano en la Casa Blanca. Y los pueblos árabes, mientras tanto, siguieron petrificados en su régimen de siempre, bajo la bota de unos autócratas casi siempre corruptos y ladrones.

Era la fatalidad, el destino. Maktub. Estaba escrito. Hasta ahora, cuando el choque de placas tectónicas o la colisión con el iceberg, no importa la metáfora, ha resquebrajado el casco de este buque, que es el de nuestro viejo mundo, el del mundo tal como lo hemos conocido. No sabemos cómo será y hay que confiar en que sea mejor e incluso echar una mano para que así sea, en vez de lamentarse por su hundimiento o despotricar contra quienes han permitido que se hundiera. Pero será distinto. Ya no desde Marruecos hasta Bahréin. Aquí mismo, en la Europa que se creía un balneario y se verá ahora obligada a tomar el pulso a la criatura y adaptarse a su ritmo.

Costará. Y mucho. Para empezar, enterarse de lo que está ocurriendo. En dos meses han caído dos regímenes. No hay país árabe que no se halle afectado por la llamada a la revuelta, dirigida por los jóvenes y sus habilidades tecnológicas. ¿Hay conciencia ahora mismo en España de lo que supondría una revolución democrática en Marruecos, que pusiera en jaque a la monarquía feudal de Mohamed VI? ¿Tienen nuestro Gobierno y nuestra oposición ideas claras sobre cómo quisiéramos que fuera el Marruecos del futuro? ¿Saben qué papel deben desempeñar Ceuta y Melilla? ¿Estamos preparados para ayudar a su transición hacia una monarquía constitucional y un Estado descentralizado y democrático?

Donde más costará enterarse, está visto, es donde menos debiera. Mientras se incuba la revuelta entre nuestros vecinos marroquíes, aquí seguimos con nuestra vieja y aburrida música doméstica, ajena a los crujidos del buque. Ocupados por obligación en la rectificación de nuestras cuentas y medios de vidas, y por devoción a desprestigiar al adversario, somos los músicos del Titanic, dispuestos a seguir con la murga mientras el transatlántico se hunde.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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