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Columna
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La marca

David Trueba

El caso de John Galliano y su expulsión de Dior vuelve a demostrar que en una sociedad de consumo la única autoridad moral proviene de la empresa. Si dañas a la marca comercial, serás castigado. Conocemos a poca gente que en plena borrachera reivindique los derechos fundamentales del hombre o incluso que en un pasote de cocaína opte por recitar el Cantar de los cantares, así que los excesos etílicos se pagan caros si afrentan al comercio. En vísperas de vestir a Natalie Portman para los Oscar, un vídeo grabado por móvil mostraba a Galliano como el Mel Gibson de los modistos. Natalie Portman no salió a recoger el premio desnuda, lo que hubiera sido una verdadera protesta que escapa a su prudencia habitual; sencillamente cambió de diseñador.

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A Charlie Sheen le ha pasado algo similar. La CBS ha cancelado la serie Dos hombres y medio por culpa, literalmente, "de sus declaraciones, conducta y condición". Los 15 millones de fieles de la serie de media hora saben, curiosamente, que el personaje central es un irrefrenable borrachuzo. Pero insultar al productor y hacerse un tatuaje celebrando al coronel Bill Kilgore de Apocalipse Now colmaba el vaso del negocio. Es algo así como si Homer Simpson, acusado de lanzar basura por la ventanilla del coche y descuidar el cuidado de sus hijos, fuera apartado de la serie.

Ser dibujo animado tiene sus ventajas. Aunque los dibujantes coarten tu libertad de acción, por ahora no tienes que someterte a un análisis de orina en directo para limpiar la reputación ni renegar del puntito nazi que a tantos les sale con dos copas. Eliminada la obligación de cumplimiento de mandamientos como el de honrarás a tu padre y a tu madre o no matarás, hay que ser consciente de una nueva obligación: no perjudicarás a la marca que te paga.

Están mucho más castigados los excesos verborreicos de un beodo que de alguien sobrio. Ayer mismo, Rajoy, sin sospechas de haber ingerido sustancias psicotrópicas, aseguró que los avances en la sanidad y la educación pública fueron conquistas sociales de la derecha conservadora. Antes de prometer la nacionalización de la banca, llevado por la euforia preelectoral, quizá la marca para la que trabaja tendrá que imponerle unos límites.

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