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Reportaje:

El trabajo más difícil de Santos

El entrenador del Pontevedra regresa a su casa para contribuir a salvar el club

Pese a empatar ayer en Pasarón ante el Extremadura (1-1), el Pontevedra suma siete puntos de los últimos nueve que ha disputado y otea la permanencia en Segunda B, categoría a la que debe anclarse para encontrar una viabilidad que hace unas semanas estuvo más cuestionada que nunca. No es una meta baladí para una ciudad que respira fútbol y en la que esta pasión no se puede entender sin la aportación de Fernando Castro Santos que, dentro o fuera del club, siempre ha ejercido de referencia.

A finales de octubre, con el equipo en crisis de resultados, recibió una llamada de Nino Mirón. No era la primera. "Ya me habían ofrecido el club en situaciones mejores e incluso en categoría superior, pero para mí era complicado entrenar al Pontevedra", apunta. Es una cuestión de afecto y de sentimiento, también de autoprotección. Y en un puesto tan proclive a suscitar críticas y censuras a Santos le dolía la idea de exponerse a los focos ante los suyos. "Sales por ahí a cualquier equipo, te van mal las cosas y vuelves a casa a estar tranquilo. Aquí aunque salieran bien me sería difícil no atender a gente que conozco de toda la vida".

El equipo es una entidad que merece más categoría que la de Segunda B
No iba a cobrar a menos que el club acabase entre los cuatro primeros

Pero atendió la última llamada de Mirón. "Me pidió ayuda, me presentó una situación que era complicada, pero que en la realidad fue imposible". Santos se encontró con un equipo herido en lo futbolístico, pero sobre todo en lo moral y económico, una plantilla en huelga y una situación de insolvencia en la entidad que acabó con la salida del presidente-constructor y la entrada de un consejo tras el que está una entente de las tres fuerzas políticas mayoritarias en la ciudad. En otro escenario sin tanta implicación hacia unos colores, el Pontevedra, el glorioso hai que roelo, sería hoy un cadáver. "Estuvimos a ocho horas de desaparecer", resume Santos, que asegura que entró en el club engañado. "Me explicaron que la situación económica era complicada, pero viable. A los 15 días me dijeron que no había solución. Me defraudó porque somos personas que nos vamos a ver toda la vida en Pontevedra y no se puede engañar de esa manera, prefiero que se me diga la verdad y después ya elijo yo. Lo que he pasado estos meses ha sido la situación más difícil de mi vida y las he tenido muy complicadas".

La sensación es que, por muchos factores, el Pontevedra es una entidad que merece más categoría que la de Segunda B, pero los hechos son tozudos: en los últimos 38 años sólo ha jugado dos campañas en una categoría superior. "No se acertó en la gestión deportiva", diagnostica Santos, que señala un momento clave: el último ascenso en verano de 2004. "Era el momento de crecer. Y en Segunda, si haces bien cuatro cosas, puedes optar a más".

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Sabe de lo que habla. Lo hizo en el Compostela, al que llevó de Tercera a Primera en cinco temporadas. "Hice un buen equipo con Caneda. Pocos dirigentes vi tan avispados e intuitivos como él. Igual en cinco minutos con la prensa estropeaba todo el trabajo de 20 horas de gestión, pero esa labor estaba ahí. Trascendieron algunas discusiones que tuvimos, pero fueron cuatro o cinco en seis años". Aquel tiempo en Santiago es irrepetible. "Habría que coger un equipo muy abajo, tener paciencia y una relación personal óptima. En el Compostela nuestros contratos se hacían en una servilleta de papel tomando unas tapas".

Ahora es diferente, el Pontevedra lucha por la pervivencia, llegar a final de liga y elaborar un presupuesto racional, lejos de delirios de grandeza, futbolistas mediocres con minuta de estrellas. "Mucha gente se ha llevado mucho dinero del Pontevedra, pero la historia se escribe así", lamenta Santos.

Él, al menos este año, no lo hará. Cuando le dijeron lo que le podían pagar, menos que a otros con inferior currículo, y vio que no llegaban a su caché de casi 30 años de trayectoria en categorías superiores a la del club, decidió que no iba a cobrar a menos que el club acabara entre los cuatro primeros. Y no cumplirá ese objetivo. "Es un lujo que me puedo permitir unos meses y en una situación especial. La gente de mi profesión sabe que yo no trabajo gratis", asegura, "pero para entender esto tienes que haber estado todos los años que estuve en esta casa, desde que tenía 14".

Ahora, tras cumplir la pasada semana los 59 y pasar por 13 destinos en España y Portugal, Fernando Castro Santos ayuda a construir un nuevo futuro para el club de su corazón. No descarta hacerlo incluso desde otra posición. "Son cuestiones que llegan solas. Lo cierto es que cuando un entrenador supera los 50 años ya parece mayor y antes era a esa edad a la que empezabas a trabajar en categorías importantes. Nos llaman cuando las cosas se complican", reivindica. Todavía hay un alma de entrenador que late en Santos. Por eso, un duro como él, muestra un atisbo de emoción cuando se le recuerda como su hijo Diego Castro, delantero del Sporting, marcó dos goles decisivos para la continuidad de su técnico, Manolo Preciado. Y como celebró esos tantos con un sincero abrazo al entrenador. "Me agrada mucho ver esos detalles. Diego y yo tenemos formas diferentes de ver el fútbol, pero cada vez nos acercamos más. Él ha tenido que trabajar mucho para llegar a Primera, pero en la vida no lo ha tenido tan complicado como yo".

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