Fuegos fatuos del antihéroe
En la entrevista que le hizo Boze Hadleigh a Luchino Visconti poco antes de morir, el cineasta dice: "La Iglesia oculta lo que no ha destrozado". Y lo mismo refleja en Silenciados frente a poderes y prejuicios. La obra despide honestidad tanto en intenciones como en energía y es un trabajo de interesante análisis, fronterizo en la resituación de una sensibilidad del actor en el reglado de movimiento corporal y expresivo más allá del gesto propiamente dicho, hasta el punto de encontrarnos frente a secuencias estructuradas, a materiales surgidos en el estudio que podemos entender como coreográficos.
Cinco actores dan vida a cinco retratos de víctimas: un prisionero de Auschwitz con el triángulo rosa; un activista gay asesinado, otro homosexual cristiano, una mujer transexual asesinada por la policía y un adolescente en situación límite. Así, una escena sirve de charnela a la siguiente y el todo se sostiene airoso.
SILENCIADOS
Sudhum Teatro.
Dirección: Gustavo del Río; luces: Daniel Ruiz.
DT Espacio Escénico. Hasta el 26 de marzo.
Dándole significación operativa a elementos comunes, con un vestuario aparentemente simple pero estudiado, estos artistas se adentran en la sonoridad de las formas y la fisicalidad. La primera escena ejemplariza: el prisionero tiene un cuerpo de cuadro barroco y es aprovechado para un cierto paroxismo sufriente, donde la metáfora corporal pasa de conceptual a útil en el espacio, tanto como la repetición obsesiva de una frase o la idea del martirologio, muy presente. La verdad es que los cinco hacen más danza que la que se ve a veces en espectáculos más verticales del género, justifican la transversalidad. La obra acaba con el fuego fatuo de las tumbas. Y así había empezado, abriéndose una tierra-placenta de donde emergen las estantiguas, los testigos del horror. En cierto sentido podemos hablar de resurrección, de la dolorosa épica del antihéroe.