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Columna
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Los miedos de los gestores

Son muy preocupantes ciertos planteamientos a los que están abonados determinados gestores de las instituciones, tanto públicas como privadas, para explicar sus malos resultados empresariales. Si nos atenemos a las explicaciones cursadas, los problemas de sus centros o empresas radican, por una parte, en la reducción paulatina de las ayudas extraordinarias que los Gobiernos han aplicado desde comienzos de la crisis, y por otra a que, a medida que la recesión va remontando, los estímulos fiscales y las bonificaciones económicas son más reducidas, lo que contribuye a menoscabar su margen de maniobra.

Claro está, siguiendo este esquema, los gestores citados observan con gran preocupación las reducciones en las inyecciones de liquidez y el final de las etapas de bajos tipos de interés. De esta forma, se achaca a los escenarios externos y al clima de pesimismo universal los problemas en sus empresas. Es decir, ven la paja en ojo ajeno, y no la viga en el propio.

Trichet ya advirtió que los ciudadanos rechazan más rescates de bancos y cajas con dinero público

Otra forma de justificar sus fracasos es cuando acuden a explicaciones forzadas. Por ejemplo, "nos estamos viendo obligados a reordenar la actividad" o "estamos siendo llevados a redifinir el negocio". En ambos supuestos, las culpas están siendo volcadas hacia causas exógenas y, con ello, se autojustifican de manera permanente, a la vez que engañosa. Esta doble explicación se utiliza a manera de efecto péndulo. Esto es, en primer término, quedan descolocados por la falta de información y posicionamiento; y, en segundo lugar, quedan dibujados en su quehacer diario, en la medida que ocultan la verdadera razón, la necesidad de afrontar la actual competencia global o las dificultades para generar valor a sus propias empresas.

Este tipo de gestores pululan por doquier. La mayor parte de las veces, los vemos escondidos detrás de políticos mediocres; y, otras veces, anclados en localismos patrioteros de escaso bagaje. Soportan mal las críticas y, aunque puedan librarse de las mismas, a medio plazo estarán siempre retratados en las facultades y escuelas como escapistas de las soluciones. Estos gestores utilizan frases muy al uso (a la vez que huecas de rigor y de planteamientos coherentes) para evitar comprometerse y poder ser responsables. Evidentemente, uno de sus rasgos es evitar mirar al futuro y anular los necesarios test de coherencia. Por eso, no nos extraña observar cómo son contrarios a fusiones, cómo rechazan la presentación de evaluaciones y cómo temen la comparación con otras empresas u organismos del mismo sector o actividad.

La única razón del mantenimiento de estos gestores es encomendarse a tres posibilidades. La primera, radica en "alcanzar un tamaño muy grande de deuda para que alguien dude en dejarlas caer, y por lo tanto tenga que asumirla". La segunda actitud es "buscar la garantía implícita del político-tutor, evitando por ello la descalificación inmediata de su gestión cotidiana". Y la tercera hipótesis es apoyar en la sombra a aquel ente que te pueda resolver el problema.

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Llegado a estos últimos supuestos, ¿qué sucede cuando se acaba el actual modelo de funcionamiento?, ¿qué pasará cuando nos enfrentamos a nuevas circunstancias? En ese momento, sus expectativas entran en cuestión. De entrada, los citados gestores quedan al descubierto, ya que no pueden utilizar instrumentos procíclicos debido a sus pésimos resultados y débiles posicionamientos; y, en consecuencia, deben reaccionar y, claro está, no están acostumbrados a ello. A continuación, rechazan cualquier tipo de supervisión de sus funciones, porque serán descubiertos en sus propias e históricas disfuncionalidades. Finalmente, los mencionados gestores ante estas nuevas situaciones ya no son atractivos ni para el sector público ni para el privado, pues este último conoce bien sus errores y el público sabe de sus actitudes.

En suma, la actual coyuntura está tratando de evitar la presencia de dichos actores y agentes, y éstos están intentando esquivar la respuesta a los criterios de eficiencia, realismo y conocimiento. Jean-Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo acaba de anunciar que el montante total autorizado para evitar el hundimiento del sector financiero ascendió a 3,36 billones de euros. Trichet advirtió que espera que no se vuelva a repetir; puesto que los contribuyentes no aceptarían que se utilice el dinero público para rescatar bancos, cajas de ahorros y empresas con problemas. Insistió asimismo en decir "una vez, y nunca más".

¿Qué pasará con ciertas empresas e instituciones en Galicia? Solo una premonición: la ausencia de reformas y de rectificaciones nos puede condenar a seguir en recesión y a soportar continuas ineficiencias sobre constantes incongruencias.

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