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Columna
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El monstruo de O Burgo

El avistamiento se produjo una tarde estival de bajamar en la ría de O Burgo, hará un par de años. Unos tranquilos transeúntes intentaban disfrutar de un paseo por la orilla a pesar de que el olor suele ser insoportable cuando el mar se retira. De repente, un brillo metálico, procedente de un extraño objeto semihundido en el fango muy cerca de allí, llamó su atención. Los paseantes detuvieron su marcha y se aproximaron para satisfacer su curiosidad. No cabía la menor duda: se trataba de un carrito típico de una gran superficie arrojado al infame lodo, probablemente horas atrás, cuando la marea estaba alta.

La escena estaba siendo observada, también con tranquilidad estival, por un vecino de O Temple, al otro lado de la ría. En ese momento, surgió del fondo de esas peligrosas arenas movedizas un monstruo verde de unos veinte metros de alto. Al único testigo de la tragedia no le dio tiempo a grabar con su móvil lo que ocurrió después. Su testimonio no ha sido tenido en cuenta por las autoridades competentes dado que permanece ingresado en una clínica psiquiátrica desde aquel nefasto día. El vecino de O Temple solo pudo ver en contraluz lo que ocurrió, y eso resta credibilidad a la narración que repite a diario como una letanía. El pobre hombre cuenta, balbuceando y con la mirada perdida, cómo el monstruo despedazó a los transeúntes, los deshuesó, depositó los trozos en bandejitas amarillas y los envolvió en plástico transparente. Acto seguido, etiquetó cada porción con la información homologada sobre la procedencia y composición del alimento, y depositó su botín en el carrito de la gran superficie. Si esto resulta inverosímil, resulta aún más difícil de creer que el monstruo saludase con una sonrisa antes de sumergirse de nuevo en el gran vertido contaminante empujando su carrito sin preocuparse del euro introducido en su candado. La sabiduría popular ha bautizado al insólito ser como Burgzilla, en homenaje a Godzilla, el monstruo radiactivo japonés surgido del mar tras las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki.

En la ría hay un ser de veinte metros de alto al que llaman Burgzilla en homenaje a Godzilla

La reciente visita de la ministra de Medio Ambiente, Rosa Aguilar, para inaugurar unas instalaciones en Bens ha devuelto a la actualidad la leyenda de Burgzilla. En concreto, lo inaugurado es una depuradora y un "emisario submarino", enigmático concepto tecnológico que alimenta la sospecha de los conspiranoicos al respecto de que tanto el Gobierno central como el autonómico ocultan datos sobre la existencia de Burgie, el apelativo cariñoso con el que se conoce al monstruo en la zona. ¿Para qué puede servir un emisario submarino si no es para negociar con el colosal habitante de la ría su realojamiento en la costa nordeste japonesa de nuevo plagada de radiactividad? A ría revuelta, ganancia de administraciones. Y nada mejor para evitar el pánico entre los habitantes de Culleredo, Cambre, Oleiros, Arteixo y Coruña que negar las deformaciones biológicas que se han producido en el hermoso entorno por culpa del retraso en la limpieza de esos fondos submarinos, desde hace tiempo vedados al marisqueo probablemente porque ya no queda nada después de que se lo zampara todo el monstruo. También es posible que el bicho respetase la prohibición de mariscar y por eso hizo lo que hizo.

Al margen del debate sobre la energía nuclear, el desastre japonés actual lo ha causado un terremoto y Godzilla fue un producto de las bombas atómicas. Sin embargo, la mutación de Burgzilla -hay quien afirma que algún día fue una pequeña salamandra del río Mero- tiene su origen en una pelea de competencias por un quítame ahí esos lodos: por eso hace falta un emisario submarino que limpie vertidos y conciencias. Esto no soluciona el misterio de la aparición del carrito en la ría de O Burgo, dato corroborado por el testimonio de dos chicas que pasaron por allí un rato antes de los terribles acontecimientos narrados. No dieron importancia a la presencia del artilugio y siguieron su camino... Ah, por cierto: la sonrisa de Rosa Aguilar durante la inauguración del "emisario submarino" no era precisamente relajada. Era un gesto que delataba su impaciencia por abandonar Galicia cuanto antes.

julian@discosdefreno.com

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