_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¡Socorro: un optimista!

"¡Apártense! ¡Corran! ¡Llévense a los niños de aquí! ¡No se acerquen a él!", gritaron algunas de las personas que estaban a su lado, mientras otras retrocedían con pies de plomo hasta encontrar una pared en la espalda, y una policía municipal que en ese momento regresaba a su comisaría con los bolsillos del uniforme llenos de multas se llevaba las manos a la boca y abría los ojos igual que si viera a los muertos de La Almudena salir de sus tumbas, y una mujer que en ese instante salía del supermercado soltaba las bolsas de la compra y echaba a correr gritando: "¡Socorro: un optimista!". En un instante, todos ellos habían huido y se quedó solo en la plaza, rodeado de interrogaciones y en medio de un silencio inexplicable, de esos que ocupan el lugar de los gallos, como dice en uno de sus libros el poeta Eugenio Montejo.

"Yo creo que las cosas empiezan a arreglarse", dijo el hombre. Los demás pararon en seco

Todo había comenzado un minuto antes y a medio metro de Juan Urbano y de mí, cuando ese hombre, que salía a la vez que nosotros de la cafetería en la que habíamos desayunado, con un periódico bajo el brazo y en compañía de cuatro o cinco personas que seguramente eran compañeros de trabajo, sonrió y dijo: "Pues yo creo que las cosas empiezan a arreglarse".

Los demás se pararon en seco y lo miraron sin poder creer lo que veían. "¿Qué quieres decir?", le preguntó uno, con el mismo tiento con el que alguien toca una serpiente con un palo para ver si está muerta. Él también se detuvo y miró alrededor, inseguro, igual que si buscara algo o alguien en lo que apoyarse: "Bueno, ya sabéis, se empiezan a ver algunas cosas, algunos signos de recuperación. Por ejemplo esto de AENA, que lleguen a un acuerdo con los sindicatos, que se desconvoquen las huelgas de Semana Santa y verano".

Sus colegas, que habían estado toda la mañana hablando de la crisis y pintando de negro el futuro, dieron un paso atrás. "O sea, que tú eres...", empezó a decir el que estaba más próximo a él, pero sin atreverse a continuar. "Sí", dijo otro, "¿entonces, tú eres...?". Y él contestó con una respuesta entera a esas medias preguntas: "Pues sí, yo la verdad es que soy optimista. Y además estoy harto de que me amarguen cada segundo de mi vida con lo mal que está todo, con lo que nos espera, con la ruina que viene. ¡Ya está bien! ¿No?". Poco después, Juan Urbano y yo le estábamos pidiendo una tila en un bar.

El camarero se puso unos guantes de plástico para atenderle y el hombre que estaba al lado en la barra, se apresuró a pagar su consumición y a escapar de allí. El resto de los clientes hicieron lo mismo. Alguien debió de hacer una llamada telefónica, porque de inmediato aparecieron en la puerta del local una ambulancia del SAMUR y un par de coches patrulla. "Pero si yo no he dicho casi nada", se lamentó el optimista, "solo quería animarles un poco, que pudieran pensar que ya se ve una lucecita al final del túnel, aunque sea muy lejos".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Juan Urbano lo miró con una mezcla de severidad y condescendencia, y le respondió: "¡Querido amigo, pero es que no se puede ir a un entierro y bailar una rumba encima del ataúd!". Y mientras esa frase misteriosa aún humeaba, los agentes se acercaron al hombre y le pidieron la documentación.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_