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Trabajo duro, pero la vista en el reloj

Un recién llegado a Alemania se sorprenderá enseguida de la rigidez en los horarios de comercio y de las oficinas públicas. Si cierran a las ocho de la tarde, los empleados de unos grandes almacenes empezarán a recoger a las siete y media. La hora del cierre se aplica a rajatabla. Otro aspecto que pronto llama la atención es cómo los alemanes tienden a ceñirse a sus campos específicos de trabajo: puede resultar muy frustrante pedirle asistencia a un alemán enrocado en que la demanda escapa a sus "competencias". Es posible que estos aspectos contribuyan a la mayor efectividad de los trabajadores alemanes y a que pasen menos horas en su puesto laboral. Y, si bien ha sufrido grietas en los últimos decenios, quizá también tenga parte en esto la vieja ética protestante del trabajo.

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Trabajemos como alemanes

Los datos económicos alemanes son excelentes. Según cálculos del Banco Central (Bundesbank), dentro de ocho meses el país habrá dejado atrás las consecuencias de la gravísima crisis económica de 2009. Fue la peor desde la II Guerra Mundial. Tras caer un 4,7% en 2009, el Producto Interior Bruto alemán creció un 3,6% en 2010 y crecerá casi un 3% más este año. La tasa de desempleo está en el 7,6%. Es la reedición del "milagro alemán" de la posguerra. Muchos alemanes están convencidos de que esta buena marcha se debe al "trabajo duro".

El auge también tiene sombras. Así, crece la precariedad laboral, que afecta al 22% de los trabajadores. Unos cuatro millones de personas se conforman involuntariamente con empleos temporales. En cuanto a la cacareada competitividad alemana, descansa en que los ingresos reales de los asalariados no han mejorado en 20 años. Además, las mujeres siguen desempeñando 100 minutos diarios de tareas no remuneradas más que los hombres.

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