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La muerte de Bin Laden
Columna
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Una foto para la historia

Lluís Bassets

Podemos imaginar la foto que no hemos visto y que la Casa Blanca no quiere que veamos. Hace las veces de prueba definitiva: la de que era Osama bin Laden quien fue abatido por dos disparos a la cabeza. Tiene el morbo de la sangre y el simbolismo primitivo de los despojos del enemigo cazado, y por eso Obama no quiere que se vea. Al menos por el momento, porque en los tiempos en que vivimos sabemos que más pronto o más tarde terminará saliendo. Pero poco cabe esperar de esta imagen convertida en tabú. Hay otra foto, en cambio, que ya hemos visto y que es la buena. No hay cadáver, no hay ejecutores, solo un grupo de personas que mira a una pantalla. Pero esa es la imagen del momento histórico, que la mayor parte de medios de comunicación dieron en sus primeras páginas y fue tomada por Pete Souza, el jefe del equipo de fotógrafos de la Casa Blanca.

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La difusión de la foto desató la imaginación. Lo primero que venía a la mente es que este puñado de hombre y mujeres estaba siguiendo las imágenes en directo del asalto a la mansión de Bin Laden en Abottabbad. Luego hemos sabido que seguían la retransmisión desde Langley, donde está el cuartel general de la CIA, a cargo de su jefe, Leon Panetta. Este hombre de 72 años fue jefe de gabinete de Bill Clinton y Obama le encargó la dirección de una CIA desmoralizada por sus errores sobre las armas de destrucción masiva y por las críticas a sus métodos de detención e interrogatorio durante la etapa de Bush. Ahora, después de esta brillante acción que lava el prestigio de la agencia, Panetta se convertirá en secretario de Defensa, en sustitución de Robert Gates, otro de los presentes en la sala.

En este personaje que no se ve, pero al que miran todos los otros, se hallan muchas claves del momento histórico. Con Panetta la CIA se ha hecho cargo del grueso de las acciones cruentas contra los talibanes y contra Al Qaeda, en la frontera afgano-paquistaní, mediante el bombardeo por aviones no tripulados teledirigidos desde el cuartel general en Estados Unidos. Este veterano político es el responsable de decenas, si no centenares, de los denominados asesinatos selectivos de dirigentes y combatientes terroristas, un tipo de acción que está sustituyendo cada vez más a las actuaciones presenciales sobre el terreno.

Así, pues, en esta foto oficial difundida por el Gobierno se puede ver todo sin que se vea nada. La gravedad de los rostros. La mirada fijada con extrema atención en la pantalla. Hillary Clinton con la mano cubriéndose la boca, en un gesto que puede ser casual pero que se identifica con la angustia contenida. Dos personas poco conocidas, Tony Binken, consejero de seguridad del vicepresidente, y Audrey Tomason, directora de contraterrorismo, que tienen que esforzarse para ver por encima del hombro del jefe de gabinete de Obama, Bill Daley. No se ve en la foto, pero han contado luego fuentes de la Casa Blanca que en ese momento el vicepresidente Joe Biden, que es católico, tiene un rosario en las manos. Solo uno de los personajes no mira a la pantalla, porque teclea atareado sobre el ordenador: es precisamente el único que se puede identificar como militar, el general Brad Webb, jefe de los comandos especiales que estaban realizando la operación.

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En esa sala de cortas dimensiones, la famosa Situation Room tan bien contada por la serie televisiva El Ala Oeste de la Casa Blanca, hay otro militar, con su camisa caqui pero sin chaqueta ni condecoraciones, que es el jefe de la Junta de Estado Mayor, el almirante Mike Mullen. Pero no nos hemos entretenido todavía en el rostro del presidente, donde puede adivinarse la máxima concentración. Toda la gravedad del momento, palpable en la imagen de grupo, se halla resumida en la seriedad y la mirada de Barack Obama, el hombre que tomó la decisión, el responsable último de quitar la vida a otro hombre.

El poder soberano es el poder para matar, que nadie se engañe. Para acceder a la máxima responsabilidad de un país, al menos de uno como Estados Unidos, hay que estar preparado para dar una orden de muerte. Obama prometió cerrar Guantánamo y dar la orden de matar a Bin Laden si tenía ocasión. Esta decisión estaba tomada desde el principio, y nadie puede decir que ahora Obama haya quebrado una promesa. Normalmente, gobernar es escoger y arriesgar entre distintas gradaciones del mal, no entre el bien y el mal. Desde la máxima ingenuidad bondadosa o desde la perversión se presentan las cosas en blanco y negro, pero el político consciente que asume su responsabilidad sabe que no es así como son las cosas. El peso del riesgo y de la decisión trágica puede leerse también en la seriedad trágica de Obama ante su fotógrafo.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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