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Reportaje:

La infancia que golpea en el rostro

Ministros, escritores y filósofos despiden al superviviente de Buchenwald

Juan Cruz

"El brillo inteligente de esa mirada que hemos perdido para siempre". A los lados de Felipe González había dos retratos de Semprún. Esa mirada estaba en ambos. En una foto ya era el hombre de pelo blanco, en los años finales de su vida, con el aire reconcentrado que se reafirmaba en su boca cerrada; y en el otro retrato, el joven Semprún, militante comunista, atento a cualquier azar, dispuesto a la acción y por tanto al sacrificio, incluso al sacrificio romántico. Las dos miradas, una misma mirada. Esa mirada que hemos perdido para siempre.

Anne Hidalgo, hija de republicanos españoles y vicealcaldesa socialista de París, dijo que Semprún "nos reconcilió con la tragedia porque eligió la vida". De las cenizas de las dos tragedias, la Guerra Civil, la II Guerra Mundial, Semprún extrajo intacto el tesoro de la vida. "Yo escribo contra la muerte". Felipe González le recuperó en España para la historia de la democracia. "Por egoísmo", dijo el expresidente, quería usar su experiencia. Semprún era "un hombre del siglo XX", como decía Carlos Solchaga, exministro; y era, según Régis Debray, "un patriota cosmopolita, el último testigo de una gran experiencia europea". Era, para Claudio Aranzadi, exministro también, "un resistente". "Y era", nos decía el exministro José María Maravall, "un romántico de la acción y de la palabra". Nos dijo su compañero en la Academia Goncourt Tahar Ben Jelloun: "Era la humildad, la generosidad y el humor". Un hombre, todas sus caras.

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Esos valores, los del cosmopolita, el resistente y el romántico, se pusieron de manifiesto en los parlamentos de despedida en el patio del Liceo donde estudió a los poetas y a los filósofos que marcaron su vida. ¿Y el niño? ¿El niño español, el que regresa a España primero clandestino comunista y luego ministro de la Monarquía? La ministra española de Cultura, Ángeles González-Sinde, rescató a ese niño leyendo versos de Antonio Machado, sobre el sol de la infancia.

En La escritura o la vida Semprún lo rescata también, escuchando la canción La paloma, y recordándolo en un momento dramático (casi histérico) de la Resistencia. Estaba con otro resistente, ante un soldado alemán que no les ve y canta una canción que Semprún identifica con una melodía que escuchaba en su propia niñez. Se disponen a actuar, pero Semprún se paraliza. ¿Qué le pasa?, parece preguntar su compañero. "Me está pasando La paloma, eso es todo: la infancia española que me golpea en pleno rostro".

Tras los parlamentos en francés, Felipe González explicó que hablaría en español: "La otra lengua de Jorge". ¿La otra lengua, la otra vida? Hubo una vida sola. Español de París, francés de España, dijo la presidenta de la Academia Goncourt. En España afrancesaban su apellido para ofenderlo, él no se ofendió. Michel Piccoli, su amigo, gritó en el estrado: "¡¡SEMPRÚN!!", marcando bien las erres, Semprún de España.

Allí estaban amigos suyos que lo enraizaron con sus maneras distintas de ser español: Plácido Arango, Javier Pradera. En el estrado estaban aquellos dos retratos. El del niño Semprún es una imagen que se diluye en la historia de España y que él reencontró en la literatura y en la vida. Ese niño es de todas partes, en realidad, porque es la mirada estupefacta del siglo XX sobre la que él lanzó el brillo inteligente de su literatura.

Desde la izquierda, el embajador Carlos Bastarreche; la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde; Catherine Pégaud, representante del gabinete de Sarkozy; el ministro de Cultura francés, Frédéric Mitterrand; el expresidente Felipe González, el ex primer ministro francés Dominique de Villepin y la vicealcaldesa de París, Anne Hidalgo.
Desde la izquierda, el embajador Carlos Bastarreche; la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde; Catherine Pégaud, representante del gabinete de Sarkozy; el ministro de Cultura francés, Frédéric Mitterrand; el expresidente Felipe González, el ex primer ministro francés Dominique de Villepin y la vicealcaldesa de París, Anne Hidalgo.DANIEL MORDZINSKI
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