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Crónica:TOUR 2011 | Duodécima etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

Un gran día para Contador

Los hermanos Schleck, Basso y Evans desaprovechan el sufrimiento del campeón en Luz Ardiden

Carlos Arribas

Samuel Sánchez Lo dice porque su equipo, el más fuerte del Tour, el de los hermanos Schleck y los bárbaros Cancellara y O'Grady y el viejo Voigt, va a demostrar su fuerza colectiva por primera vez en el gran escaparate del ciclismo, una etapa reina del Tour. Lo dice así y, sin embargo, lo dice con los nervios del dueño de un cafetín que inaugura una obra. ¿Saldrá todo bien? ¿Funcionará el espectáculo?

El espectáculo, en efecto, fue soberbio, y al final del mismo, cuando se sentó a analizar las clasificaciones, pudo hasta decir: "Hoy hemos perdido el Tour". Y, cuando la bruma húmeda difuminaba los contornos grises de las montañas, también la hierba oscura, Alberto Contador, que se está comiendo un bocadillo de chorizo después de cambiarse de ropa dice: "Estoy contento por el resultado". Contador, claro, no corre para el Leopard, sino para el Saxo, y, además, perdió varios segundos en los últimos metros de la subida a Luz Ardiden, 33s con Frank Schleck, 13s con su hermano Andy, Evans y Basso. Y todo ello suena a poco porque, tal como le fueron las cosas, Contador, su rodilla, su corazón, podría haber perdido el Tour el primer día de montaña.

"No, para nada está perdido el Tour, pese a lo que pueda parecer", dice Riis de Contador
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Cuando los favoritos se quedan por fin solos, hay dudas en sus miradas.

Llegados a ese punto, a seis kilómetros de la cima de Luz Ardiden, el último de los grandes gregarios del día, el polaco de Basso Sylvester Szmyd, ha hecho mutis por el foro y es solo un recuerdo doloroso la masacre llevada a cabo por el ciclista más fuerte del día, el tremendo Jens Voigt. El berlinés, 39 años casi 40, el más viejo del Tour, una máquina y un animal, se ha retirado al fondo del pelotón, donde charla tranquilo, amigable, con aquellos mismos a los que ha enviado al abismo en unos cuantos kilómetros en el Tourmalet -corredores duros y fuertes como Velits y Klöden, que se cayeron, como Tony Martin, como Robert Gesink, que le dice a Barredo, su equipier, que no le espere, que no hay esperanza, como sus compañeros de Leopard Gerdemann y Fuglsang-, antes incluso de La Mongie y sus paravalanchas. Es el trabajo de base del Leopard, la limpieza de moscardones, el desgaste fatal de los resistentes, la piedra sobre la que sus líderes, los hermanos Schleck, deberán edificar su Tour.

Están todos los favoritos menos los aniquilados por Voigt y Samuel Sánchez, el rey de los descensos, quien bajando el Tourmalet ha visto el cielo abierto en un ataque de Gilbert y vuela hacia el triunfo. A Samuel le espera en avanzadilla, su compañero fugado, Rubén Pérez, y Gilbert, al que le desborda su potencia y su bandera en el maillot, en el fondo, ha trabajado para su amigo Vanendert, un escaladorcito belga que es quien finalmente disputa, y pierde, con el campeón de Pekín 2008.

Están todos los favoritos, Evans, los hermanos luxemburgueses, Basso, que causa una impresión magnífica, y también Contador, que resopla. Acompañando, decorando el grupo, el maillot amarillo, Voeckler, que se agarra firme y no se suelta, como un perrito pequinés que clava los dientes a su presa.

Los hermanos, la fuerza mayoritaria, deben decidir qué hacer. Los demás, máscaras debajo de las máscaras, esperan. Los hermanos hablan. Contador, duro de pedalada, inquieto, preocupado, inteligente, se coloca entre ellos, detrás de Andy, delante de Frank, el jamón del bocadillo. Observa. Comprende. No es el Contador del Giro, el que con dos pedaladas cada día a cinco kilómetros de cada cima resolvió sistemático. "No sé si alguien esperaba que yo atacara", dice, "pero yo no pensaba atacar. Había decidido observar, ver cómo estaban los demás, esperar, ser prudente. Me he resentido de las caídas, no tenía buenas sensaciones, y, además, he subido con más desarrollo de la cuenta y me ha dolido la rodilla. He visto que los hermanos harían algo a medias y he defendido lo que he podido".

Los hermanos, indecisos, deciden y no deciden. Ataca Andy, pero poco. Remacha Frank, pero sin convicción. Cosquillas que un observador más atento habría visto que no hacían reír a Contador. Tras dos o tres amagos más, a los que se suma Basso. Los hermanos parecen haber decidido: se va Frank a por la etapa, se queda Andy con el grupo. "Y no fue un ataque tan fuerte", dice Contador. "Se fue porque los demás nos vigilamos". Se fue, pero tarde para alcanzar a Samuel, que guardó fuerzas para un final imperial.

Que Contador está peor de lo que ha aparentado toda la etapa lo descubren todos al final, cuando a falta de 300 metros ven que no aguanta el ritmo del sprint y pierde unos segundos. Solo unos segundos, como hace un año en Avoriaz, cuando podría haber perdido minutos.

Por eso, Riis, sonríe. "No, para nada está perdido el Tour, pese a lo que pueda parecer", dice. "Alberto no estaba superbién, ha tenido un problema con la rodilla, y solo ha perdido segundos. Claro, que si sigue así, tampoco podrá ganar". Y Contador remacha: "Tranquilos, a partir de ahora voy a estar mejor cada día". Y quizás, pero no lo dice, no será tan fiero Andy como lo pintan.

Andy Schleck y Contador, en pleno esfuerzo, durante la ascensión a Luz Ardiden.
Andy Schleck y Contador, en pleno esfuerzo, durante la ascensión a Luz Ardiden.TEFANO RELLANDINI (REUTERS)

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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