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Columna
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¿Es la asfixia del bienestar?

Xavier Vidal-Folch

La reforma de la Constitución y la anunciada ley de estabilidad presupuestaria del PSOE y el PP, ¿asfixian el gasto social y el Estado del bienestar? ¿O los blindan?

El paquete pone topes al déficit (y a la deuda, que dejamos para otro día). Copia bastante la reforma constitucional alemana de 2009 (límite de un 0,36% sobre el PIB para la federación y del cero a los länder), al fijar un techo del 0,40%, repartido entre un 0,26% para la Administración central y un 0,14% para las autonómicas.

Es un mal reparto porque el gasto autonómico, en su mayoría sanitario y educativo, es menos elástico que el central, es más arduo recortarlo: anular el pedido de un tanque es más obvio que echar a mil maestros. Requiere pues, al menos, igual trato. Ese retoque también sería bueno para evitar el revés de que en su primera reforma sustantiva la Constitución pierda los apoyos -como el de CiU- que concitó en 1978.

El tope del déficit del 0,40% será desorbitado si se quiere la convergencia real Norte-Sur de Europa
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Mal repartido o no, ¿es demasiado exigente ese tope del 0,40%? Es muy, muy exigente. Fijémonos solo en la cuota del Estado, el 0,26%, y comparemos con el presupuesto de este 2011: el déficit esperado (ingresos menos gastos) se prevé en 24.388 millones de euros, el 2,3% del PIB; de forma que un 0,26% significa que el déficit posible debería reducirse por nueve: 2.756 millones, una minucia, un margen de maniobra ridículo. Pero es menos duro, porque el tope acordado no es de déficit corriente (puros ingresos menos gastos), sino de déficit estructural; que es el corriente ajustado a los cambios de coyuntura. Si es expansiva se le restan ingresos (pues entonces se generan más); si es recesiva, no se le imputan los gastos añadidos (más paro). Lo que da más respiro en la propuesta son las cláusulas de escapatoria: en caso de catástrofes, recesión o emergencia, los topes podrán desbordarse. Están bien esbozadas.

Años excepcionales aparte, esos límites ¿permiten una política keynesiana de estímulo a la demanda? Keynes no era un fanático del déficit. Creía en "presupuestos equilibrados, no año a año, sino a lo largo del ciclo económico", como resalta su albacea Robert Sidelsky (El regreso de Keynes, Crítica, Barcelona, 2009). Eso sí, postulaba movilizar la demanda mediante el gasto, pero no cualquier gasto, sino sobre todo el de inversión. Ese era, decía, "mi remedio favorito". "Las obras públicas, incluso cuando tienen una utilidad dudosa, pueden estar justificadas más y más veces en épocas de grave desempleo", sentenció en La teoría general (Edicions 62, Barcelona, 1987).

La inversión estatal en infraestructuras para 2011 será de 14.639 millones: si se aplicase ya (y no en 2020) la austeridad prevista y si los otros gastos no pudieran tocarse, la inversión sería cero. Y para 2020 España no dispondrá de los 5.000 millones que recibirá este año de los fondos estructurales y de cohesión de la UE. El límite del 0,40% resultará desorbitado.

Quizá no. Quizá todos los países sureños deban copiar a la brava el tope de Alemania. Pero entonces no podrán superar el desfase de capital público, de inversión. No habrá convergencia real en Europa. A no ser que los presupuestos estatales restrictivos se compensen con un auténtico presupuesto de la UE, expansivo. Mayor que el actual 1% del PIB. Y aún más redistributivo.

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