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Las disputas por el poder fracturan la unidad de la autoridad rebelde

Mandos militares islamistas arremeten contra un Gobierno de tecnócratas

No hay encuestas disponibles en Libia, nadie acierta a pronosticar la fuerza que tendrán las diferentes tendencias políticas y solo ahora se comienza a elaborar una ley de partidos. El martes se celebró la primera reunión entre altos cargos y personas interesadas en el incipiente proceso político. Depuesto Muamar el Gadafi, las autoridades rebeldes dedican sus esfuerzos a la reconciliación.

"Es tiempo de la unidad porque todavía tenemos una quinta columna", asegura Farage Sayeh, encargado de diseñar la estrategia institucional de la futura Libia. Pero la primera disputa ya ha aflorado. Ismail Salabi, comandante de la Brigada 17 de Febrero, crucial en la defensa de Bengasi, arremetió días atrás con dureza contra los dirigentes que llevan las riendas del país. "El Comité Ejecutivo

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[el Gobierno interino encabezado por Mahmud Yibril] ya no es necesario porque son restos del antiguo régimen. Deberían dimitir todos, empezando por la cabeza de la pirámide hasta abajo".

En los frentes de batalla participaron ciudadanos de toda condición social e ideología. Pero un buen número de experimentados jefes militares -Abdelhakim Belhaj, en Trípoli, y el propio Salabi, en Bengasi- son antiguos guerrilleros que han combatido en algún país musulmán y que no esconden su filiación islamista, aunque rechazan cualquier vínculo con Al Qaeda. En la sede del Gobierno en Trípoli, los trajes y las corbatas, y los rostros afeitados son la norma.

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Liberales, abogados, tecnócratas, empresarios y exiliados principalmente en Estados Unidos nutren el Ejecutivo. Las mujeres brillan por su ausencia. Y en la cúpula del poder tampoco están presentes los islamistas. Salabi desconfía -bastantes ciudadanos comparten la percepción- tanto de la gestión como de los antecedentes de muchos miembros del Gobierno. "Algunos laicos tienen su propia agenda y les gustaría definirnos como extremistas para alienarnos ante la comunidad internacional y causar la división que solo servirá al tirano. Me pregunto a quién están sirviendo", declaró a Reuters en la ciudad donde nació el alzamiento contra el dictador. "Al fin y al cabo", añadió, "el Gobierno no ha hecho otra cosa que hablar sobre la descongelación de los fondos [del régimen de Gadafi]".

Salabi ofrece un respaldo sin fisuras a Mustafá Abdel Yalil, el presidente del Consejo Nacional Transitorio (organismo ante el que rinde cuentas el Gobierno). Aseguró que enviaría un memorando a dicho Consejo y a los aliados extranjeros que han apoyado la revuelta para que el dinero que se descongele no llegue a manos de los mismos funcionarios que lo manejaron para Gadafi. "Estos", advirtió, "eran individuos del viejo régimen, por lo que si se liberan los fondos, será para su beneficio. Esos bienes pertenecen al pueblo libio. Estamos pidiendo a la comunidad internacional que sea muy, muy cuidadosa".

Es uno de los riesgos que acechan. Liberados ya 15.000 millones de dólares, en un país con una tarta petrolera inmensa y ambicionada por las potencias mundiales, la corrupción preocupa. "Conozco a Salabi. Es una buena persona. Pero quienes no están en el Gobierno no saben lo que está pasando. Cuando llegamos a Trípoli no encontramos nada. Algunos pagamos gastos de nuestro bolsillo, y muchos empleados son voluntarios", destaca Sayeh, quien, como la gran mayoría de libios no ve amenaza islamista por ninguna parte. "Yo soy musulmán practicante, como Yibril y la mayoría de los miembros del Gobierno. Nadie quiere a extremistas en el Ejecutivo. Salabi tampoco lo es".

A Salabi, a Belhaj y al partido de inspiración religiosa que nazca en el futuro habrá que tenerles en cuenta. "Los islamistas están mejor organizados. Siguen la línea del partido tunecino En Nahda o de los Hermanos Musulmanes egipcios. Trabajan desde hace muchos años, pero de momento no tienen un liderazgo visible. Creo que hay una lucha interna en su organización", explica Sayeh.

No está nada claro, a juicio de varios analistas, que los Gobiernos del futuro vayan a ser decididamente prooccidentales, por mucho que Libia necesite la inversión de compañías extranjeras para su actividad petrolera. El Ejecutivo interino rechazó cualquier despliegue militar extranjero y se negó a barajar la posibilidad de extraditar a uno de los autores del atentado aéreo de Lockerbie, en el que perecieron en 1988 casi 300 civiles sobre cielo escocés. Tiene que demostrar cierta independencia respecto a Occidente. La colaboración de los servicios secretos de Gadafi con la CIA y el espionaje británico -las entregas de supuestos terroristas para su interrogatorio en Libia, tortura incluida- y los lamentos de que los países europeos apenas suministraron armamento a los rebeldes también despiertan recelos contra muchos Estados europeos y EE UU.

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