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Gadafi vendió oro para salvar al régimen

El dictador entregó 29 toneladas de las reservas nacionales antes de la caída de Trípoli - El primer ministro del Gobierno interino se instala en la capital

Francisco Peregil

Nada es lo que parece estos días en Trípoli. El gobernador interino del Banco Central de Libia, Qasem Azzuz, declaró ayer que Muamar el Gadafi vendió entre abril o mayo 29 toneladas de oro. O lo que es lo mismo: el 20% de las reservas de oro del país, unos 1.700 millones de dinares equivalentes a 1.000 millones de euros. Tras colocar la mercancía entre comerciantes libios, Gadafi consiguió pagar los sueldos de miles de funcionarios. Trató así de imprimir hasta el último momento en Trípoli una cierta sensación de estabilidad. Y consiguió que la asfixia financiera a la que se vio sometido por la comunidad internacional no se trasladase de inmediato a la calle.

Pero hace dos semanas que los rebeldes tomaron Trípoli y de aquel oro ya no queda ni rastro. Miembros del Banco Central aseguran que alguien consiguió hacerlo pasar hacia Túnez y otros apuntan a Níger. Y ahora es el gobernador del Banco Central quien pretende tranquilizar al país cuando asegura que hay dinero suficiente para garantizar los servicios básicos. En cierta forma, trata de restarle importancia a la pérdida del oro. Pero el Consejo Nacional de Transición no oculta que tiene tanto interés en capturar a Gadafi como en seguirle la pista a los lingotes. Algunos de sus miembros aseguran que en los últimos días han cruzado convoyes armados hacia Níger cargados de oro. "Si eso es así", declaró a France Presse el responsable de Asuntos Exteriores del nuevo Gobierno, Fathi Badja, "queremos ese dinero de vuelta".

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Con Gadafi sucede lo mismo que con el oro. Unos días se le sitúa en un país y al día siguiente en otro. De momento, los rebeldes se siguen conformando con poner alfombras con su cara en la entrada de los hoteles para que todo el mundo la pise o con dibujar carteles de "Se busca, vivo o muerto", con un Gadafi calvo casi irreconocible. Si unos días atrás se especulaba con la posibilidad de que el déspota hubiese huido hacia Níger, ayer el propio Gadafi desmintió el rumor con un mensaje telefónico a través del canal sirio Al Rai en el que volvía a cargar contra esos "perros traidores" y aseguraba encontrarse en Libia. Respecto al convoy armado que cruzó la frontera el domingo, Gadafi aclaró que este tipo de expediciones eran frecuentes. Y explicó que los rumores sobre su huida no eran más que producto de una "guerra psicológica". Pero esa guerra de mentiras y medias verdades, a pesar de los esfuerzos desesperados de Gadafi para que "el pueblo libio" machaque a los "traidores", también la están ganando los rebeldes. No hay más que ver las caras de la gente en las decenas de puestos de control entre la frontera y la capital, o en la propia plaza Verde, donde Gadafi hace apenas seis meses les llamó ratas y drogadictos. Los milicianos rebosan adrenalina y felicidad. Y por la noche toda esa energía se traduce en tiros al aire, bocinazos, gente subida en lo alto de los coches con banderas del nuevo Gobierno, tambores y risas. Pero, una vez más, no todo es lo que parece. "Aunque usted me vea sonreír, por dentro me estoy muriendo", dice Suleiman Shwerf, un antiguo vendedor de frutas reconvertido en jefe de policía en la plaza Verde. "Muriendo porque no tenemos ni dinero ni medios para conseguirlo".

Si el miércoles en este periódico Ismail Salabi, comandante de la Brigada 17 de Febrero, crucial en la defensa de Bengasi, calificaba al Gobierno interino encabezado por Mahmud Yibril, como "restos del antiguo régimen" y pedía dimisiones, "empezando por la cabeza de la pirámide hasta abajo", ayer era el propio Yibril quien viajaba por primera vez a Trípoli desde el inicio de la revuelta para emitir un mensaje muy claro a sus críticos: "Algunos están intentando hacer política antes de tiempo. Pero no es el momento, antes hay que asentar unas bases comunes. Aún no hemos ganado la guerra. Una vez que se alcance la paz, se creará una Constitución y entonces se podrá empezar el juego de la política". En varias ocasiones, Yibril hizo mención a las batallas que se libran en el sur del país, especialmente en la ciudad de Bani Walid, donde los leales a Gadafi no parecen dispuestos a rendirse.

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La toma de Trípoli fue tan rápida que apenas se refleja en sus habitantes los síntomas de haber padecido una guerra. Sin embargo, la guerra no ha terminado. Peter Bouckaert, miembro de la ONG Human Rights Watch, declaró a Associated Press que él ha encontrado armas en las afueras de Trípoli escondidas bajo los árboles. "Hay unas 100.000 minas antitanque y antipersona en sitios sin protección. Cualquiera puede ir con una furgoneta y llevarse lo que quiera".

La organización humanitaria teme que algunos misiles rusos abandonados estén ya circulando en el mercado negro y acaben en manos de terroristas. Un portavoz de Human Rights Watch aconsejaba al nuevo Gobierno que adjudicara a milicianos la protección de esas armas abandonadas. Para eso sería preciso abandonar durante unos meses el peligroso "juego de la política".

Rebeldes libios cargan minas antipersona en un camión para llevarlas a un lugar seguro y evitar que sean robadas.
Rebeldes libios cargan minas antipersona en un camión para llevarlas a un lugar seguro y evitar que sean robadas.SCOTT PETERSON (GETTY)

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Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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