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La agridulce boda de la duquesa de Alba
Columna
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El nuevo duque consorte

Boris Izaguirre

¡Qué duda cabe que la imagen de la boda es la de la duquesa arrancándose por sevillanas en la puerta de su palacio, descalza y con su nuevo marido acompañándola con palmas! Eso es ser Cayetana Fitz-James, que por más que agregue apellidos y matrimonios, nunca pierde la identidad de Duquesa de Duquesas. La dama hiperbólica en todo: en edad, en matrimonios por la Iglesia, en desafíos de toda naturaleza, conquistando audiencias de toda clase y hasta generando trending topics con su última boda. Aunque en esto de los trending topics, la madrina del novio, Carmen Tello, la mejor amiga de la novia, se llevó la palma, quizás porque su traje largo de rojo valentino y guantes blancos recordaban a la Audrey Hepburn de Desayuno con diamantes, solo que en vez de regresar de un fiestón en Manhattan, lo hacía para un cotizadísimo almuerzo bajo el inclemente sol sevillano.

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Una de las razones para explicar el furor creado en torno a esta boda puede ser que es una de las pocas noticias felices en tiempos de oscuridad y pesimismo. Al tiempo que la duquesa esposaba un nuevo duque (de la seguridad social y no de la ficción televisiva), la violencia recrudecía en una Grecia sin futuro. O se destapaba en Galicia el escándalo de las indemnizaciones millonarias a ejecutivos de una caja con fondos públicos. La boda de la duquesa eclipsaba todo esto: ella bailando delante de los sevillanos y empeñada en arrojar su ramo de novia a cualquier doncella, de cualquier edad y procedencia.

A su lado, el nuevo duque, el primero de los esposos de la duquesa que proviene de algo tan normal como la burocracia. El primer marido era tan aristócrata como ella. El segundo un excura, para suavizar la transición de la Casa de Alba hacia la democracia. El tercero, un ya exfuncionario, en tiempos de dineros públicos descarriados, recortes a tutiplén y elecciones adelantadas. Por eso Alfonso Díez, nuevo duque de Alba consorte, es una luz al final del camino, la esperanza de que en toda pesadilla hay alguien que te sacude para despertarte y reincorporarte a un mundo feliz. Ese en el que puedes pasar de funcionario a duque consorte, de ser un maduro en tu sexta década a convertirte en un apuesto enamorado de toda una duquesa que ha visto pasar la II Guerra Mundial, el magnicidio de Kennedy, el destape, los oscars a Almodóvar, Trueba y Garci. Y también la Expo y las Olimpiadas. Todo eso lo ha visto la duquesa y lo demás lo hará del brazo de don Alfonso, cada vez más guapo, cada vez más con ese aspecto de haber nacido para ser el último gran duque consorte en nuestros tiempos de desconcierto.

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