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9 d'Octubre
Columna
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Se acabó lo que se daba

Miquel Alberola

Un sentimiento de orfandad recorrió ayer a mediodía la plaza de Manises, la que cada 9 d'Octubre la Generalitat convertía en un magnánimo refectorio institucional para que favorecedores, favorecidos y jalapanes sufragados saciaran su voracidad con aquellos canapés que tanto arrimaron a Vicente González Lizondo y a Pere Mayor (cuando hacía país y no PAI's para el sobrino de Cotino, el de la avioneta que llevó a Peter García y amigos a Marrakech). Pero el bolsillo del Consell ya no está para el catering de Barrachina ni Barrachina está para incrementar su riesgo como proveedor. El canapé ha muerto. El pozo del que se sacaron ferraris, spinnakers y ágoras se ha secado y aquel barroco ahuecado en su propio eco ha dado paso a una ascética muy esquilada.

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Ayer, las huestes de desamparados tuvieron que improvisar alternativas para excitar los jugos gástricos frente a algunos escaparates, en un inconsciente homenaje a Truman Capote. Se terminaron las frivolidades y los pinchos, incluso las gratificaciones a cuenta del presupuesto para feudalizar el voto. La ruina también se ha cargado el cuerpo a cuerpo y ya no fue posible constatar empíricamente si el rubio de Alberto Fabra, virtuoso Tomba-Jornals de la tijera, es ceniza o caoba tirando a tapa de piano. Ni si la blanca palidez de Jorge Alarte, con el filo de la encuesta de EL PAÍS apretándole la yugular, estaba más cerca de Procol Harum que del Cristo crucificado de José de Ribera.

Se acabó entretenerse con el roce de la terlenka del rapsoda Pepe Marqués con el frondoso frus frus de sotanas y muletas. O cotejar que la sombra de Juan Cotino (que fue al Consell y la curia lo que es el paso aéreo de la calle Barchilla entre la catedral y el Arzobispado) es tan alargada como su crucifijo. O confirmar que la mejor manera de demostrar ahora la valencianía (el anticatalanismo) es ser un fogoso taurino como Serafín Castellano, quien ayer, a falta de canapés para llenar los buches, debió habilitar la plaza de la Virgen para dar una exhibición del toro Ratón y redoblar así la gutapercha de feromonas de nuestra idiosincrasia frente a la prohibición de Cataluña.

Con todo lo que no hubo, al 9 d'Octubre de ayer le hubiese faltado un símbolo sincero de no ser porque Enrique Monsonís cerró un círculo en el cementerio de Burriana tras haber librado parte de su talento a la creación del tinglado de la calle Cavallers. Pero él había llegado a Lutero a través de la naranja nável y no quiso sermones ni cíngulos en su funeral. Aquello era compromiso y esto solo es folclore muy refrito. O nostalgia del canapé.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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