_
_
_
_
_
ENTRE MOQUETAS | ELECCIONES 2011 | El debate
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La silla que viajó a La Moncloa

Javier Casqueiro

Mariano Rajoy no es un novato en los debates cara a cara. Manuel Campo Vidal tampoco. Alfredo Pérez Rubalcaba sí. Pero el candidato del PSOE tampoco estuvo ajeno, ni mucho menos, a los cuatro debates anteriores entre los máximos líderes políticos del país, que se produjeron en horarios de máxima audiencia, en directo y en televisión. Rubalcaba y Rajoy han vuelto a revisar ahora el duelo catódico de 2008. Rajoy ha tomado nota de muchas cosas, pero lo que no rescatará será la historia de aquella silla que viajó sorprendentemente en una furgoneta desde el plató de la Academia de Televisión hasta La Moncloa para que el entonces presidente José Luis Rodríguez Zapatero comprobara su altura.

Ver el cara a cara de hace cuatro años, por ejemplo el apartado de la creación de empleo, es tremendo
Más información
El último cartucho, nada más empezar

La negociación entre los entonces jefes de campaña, José Blanco y Pío García Escudero, se había demorado en asuntos tan trascendentes como los focos, la luz, los minutos de cada intervención, los planos, contraplanos, planos cortos y medios, la fijación de las cámaras, la temperatura del local. Y llegó el momento clave: medir la mesa. El tablón era alto, pero Rajoy y Zapatero también. Si las sillas no se elegían con cuidado, sus piernas podrían chocar durante toda la velada contra su fondo. Podría resultar muy incómodo.

Blanco y García Escudero consultaron con sus cuarteles generales. El asunto era de trascendencia. El jefe de campaña del PP habló con Rajoy y convinieron que tenían un tamaño semejante. García Escudero se sentó en el sillón y ratificó que era suficientemente confortable. Blanco no mide lo mismo que Zapatero y no se fio. Se habilitó una furgoneta y se trasladó la silla hasta la sede oficial del presidente del Gobierno: La Moncloa.

Es una anécdota. Pero reveladora de hasta dónde llegan los políticos españoles en su afán por controlar todos los aspectos de estos escasos debates televisivos que nada se parecen a los enfrentamientos norteamericanos, por poner un ejemplo. Zapatero estudió entonces muchos debates de otros países. Rajoy se reunió con su asesor áulico, Pedro Arriola, como ahora. Y recabó las fichas técnicas sobre los asuntos a abordar de su entonces colaboradora Soraya Sáenz de Santamaría, en realidad ahora la única segura entre las quinielas de ministrables de su futurible gobierno.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Es tremendo consultar ahora aquel debate de hace menos de cuatro años, por ejemplo en el apartado sobre la situación económica y la creación de empleo. Es cruel.

La principal disputa este otoño ha sido muy similar a la de 2008: ¿Qué cadena retransmitía el debate? La solución salomónica ha sido la misma. El PP vetó a TVE, por su malestar con el mal tratamiento informativo que cree recibir de la mejor televisión pública que se recuerda, ofreció a cambio Antena 3 y Tele 5, y el PSOE se negó. La Academia de Televisión que dirige Campo Vidal ha sacado ahora como entonces, ante una prevención similar, el máximo provecho de esa oportunidad.

Rajoy y Zapatero tuvieron entonces un debate muy encorsetado. A los moderadores se les dio una orden estricta: los protagonistas son ellos y vosotros solo intervenciones cortas y asépticas. Campo lo cumplió a gusto de todos, y ahora repite, pero en el PP recuerdan que Olga Viza les provocó algún malestar.

Esta vez solo habrá un duelo sin opción a la revancha. Todo se juega a una carta. En el ya histórico Felipe González versus José María Aznar de 1993 pasaron muchas cosas antes, durante la semana de tránsito y después.

En el PSOE admiten y asumen que González se preparó mal el primero, porque llegaba de un viaje de Canarias y algo enfermo. También que tomó nota de su soberbia y que recabó a través de su jefe de campaña, José María Maravall, la ayuda profesional de los chicos televisivos de Rubalcaba y que barrió. Ganó por poco y casi contra pronóstico sus últimas elecciones.

Algún colaborador entonces de Aznar, ahora aún con Rajoy, acepta que el expresidente del PP fue plenamente consciente de que venció en el primero y dilapidó el segundo. Se creció tanto que él también se permitió acudir aquel domingo, víspera del segundo encuentro, a Barcelona para visitar al líder de Izquierda Unida, su amigo Julio Anguita, aún convaleciente de un infarto.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Javier Casqueiro
Es corresponsal político de EL PAÍS, donde lleva más de 30 años especializado en este tipo de información con distintas responsabilidades. Fue corresponsal diplomático, vivió en Washington y Rabat, se encargó del área Nacional en Cuatro y CNN+. Y en la prehistoria trabajó seis años en La Voz de Galicia. Colabora en tertulias de radio y televisión.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_