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Reportaje:FÚTBOL | Internacional

Miedo, silencio, euforia...

Pocas veces había llegado Inglaterra a Wembley con tan poca confianza en sí misma y con un ambiente tan enrarecido. La visita de España parecía dar miedo a los medios de comunicación ingleses, que suelen pasar de la euforia a la depresión, y viceversa, a velocidad de vértigo.

Una campaña de la prensa populista convirtió un hecho trivial en un verdadero psicodrama nacional en vísperas del partido: el hecho de que la FIFA recordara a la federación inglesa que sus jugadores no podían lucir en la camiseta la tradicional amapola de papel que muchos británicos prenden en sus solapas para conmemorar el armisticio de la I Guerra Mundial y rendir homenaje a los caídos. Al final, después de que intervinieran el primer ministro y el príncipe Guillermo, como si fuera un asunto de vida o muerte, se encontró una solución: lucir la amapola pegada a un brazalete. Una manera de sentar un precedente con lecturas políticas pendientes.

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Pero si esa polémica pareció unir al país contra su enemigo preferido, la FIFA, otras varias presionaban en sentido más bien centrífugo, con Capello siempre en medio. Muchos le han recriminado estos días que seleccionara a Terry a pesar de que está siendo investigado por unos comentarios potencialmente racistas a Anton Ferdinand. Otros le han discutido con vehemencia su decisión de alinear ayer al joven defensa Jones en el centro del campo y colocar en el eje de la zaga a Jagielka, medio lesionado. Y hasta le han reprochado que no asistiera anoche en Milán a la boda de su hijo Pierfillipo.

Cuando empezó a rodar el balón, lo que pasó a primer plano fue el silencio de Wembley. España durmió a la pelota y con ella a las dos aficiones. Hasta que al filo de la media hora, el nutrido grupo de seguidores españoles tuvo la ocurrencia de cantar esa tonadilla tan hermosa que tiene por letra una sola palabra, Campeones, campeones, campeones. Campeones del mundo, se entiende. ¡Y de Europa!

Eso fue como una afrenta para Wembley, que reaccionó primero con estupor y luego salió por primera vez de su letargo para arropar a los leones con unos pocos cánticos. Luego llegó el gol de Lampard. Y, con él, la euforia inglesa.

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