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Columna
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Macrocasino con 'minijobs'

Francesc Valls

El modelo económico catalán amplía horizontes. Un total de 225.300 familias no tienen ingreso alguno, la tasa de desempleo juvenil alcanza el 48% y el número de parados es del 20,5% de la población activa. Pero todo eso va a cambiar. El grupo inversor Las Vegas Sands Corporation está dispuesto a invertir entre 15.000 y 18.000 millones de euros hasta 2022 para generar una ciudad del juego que emplee a 132.000 personas. El pueblo elegido para beneficiarse del macrocasino podrá ser el catalán o el madrileño, puesto que ambos Gobiernos autónomos compiten para atraer el dinero de Sheldon Adelson.

El magnate norteamericano, financiador con 10 modestos millones de dólares de la campaña del republicano Newt Gingrich, pretende fomentar la competencia entre Barcelona y Madrid para instalar en España una suerte de ciudad Mahagonny, donde -como en la ópera de Brecht-Weill- todo esta permitido si se tiene dinero. La propuesta de Adelson, verbalizada, explicitada y concretada de forma entusiasta desde la Comunidad de Madrid, lleva incorporada una profunda reestructuración del mercado de trabajo. No tendrá que esperar a que el Gobierno español se apreste a acometer esta iniciativa, que todos los poderes, por otra parte, consideran muy necesaria. De hecho, las sugerencias de Adelson dinamitan el Estatuto de los Trabajadores. Pide dos años de exención de cuotas a la Seguridad Social; que el Gobierno apoye la petición de un crédito al Banco Europeo de Inversiones por más de 25 millones de dólares; que se cambie la ley de prevención del blanqueo de capitales; que no se impida la entrada en el casino a los menores de edad, personas incapacitadas legalmente y ludópatas; la devolución mensual del IVA; que se pueda fumar...

Tal vez Cataluña o Madrid puedan prescindir del salario mínimo gracias a las propinas de los visitantes de los casinos

Como Madrid es la comunidad que tiene su Mahagonny más avanzado, el consejero de Economía catalán, Andreu Mas-Colell, visitó el pasado mes de noviembre al magnate Adelson en su cuartel general de Las Vegas para ganar posiciones. Mas-Colell metió el calvinismo en un rincón de la maleta y se paseó por los condominios de Adelson, como ese casino que es una réplica de Venecia con Campanile de San Marcos y gondoleros sin sindicar incluidos, porque ese derecho está proscrito en sus salones de juego y alrededores. El objetivo del consejero es explorar cómo atraer a Cataluña ese complejo, que tendría 12 resorts con 36.000 habitaciones, seis casinos, 50.000 plazas de restauración, teatros, campos de golf y zonas para convenciones. Es en esta última parte en la que el Gobierno catalán pone más énfasis, consciente de que no se pueden cantar las alabanzas de la economía productiva catalana y al tiempo dinamitar el Estado de derecho para colocar en el mismo solar las pezuñas de un puro y duro becerro de oro.

La crisis obliga y obligará a que muchas cosas cambien. Empuja hacia los minijobs: 15 horas a la semana por 400 euros al mes (en Alemania), a recortes salariales, a medidas de austeridad. Vamos hacia una sociedad que compatibiliza la precariedad en el empleo con los macro-casinos. O quizá no. Tal vez Cataluña o Madrid puedan prescindir del salario mínimo interprofesional gracias a las propinas de los visitantes de los salones de juego. A falta de un modelo claro, nos encaminamos hacia una suerte de mundos paralelos o de realidades antagónicamente complementarias. ¿El modelo es Las Vegas Sands, donde la codicia es la única religión realmente existente?

Los discursos de CiU, hasta ahora, eran una dura crítica al dinero fácil de la burbuja inmobiliaria y al modelo de baja productividad escasamente competitivo. Los nacionalistas catalanes no se cansaron de impartir doctrina al respecto. Jordi Pujol escribía en 2008 que durante la época de vacas gordas y crecimiento "la euforia eliminó toda clase de crítica o advertencia". Ahora puede ser que la crisis haga otro tanto. Cualquier discrepancia es vista como un elemento desestabilizador por un Gobierno que navega -como otros muchos- a cabotaje, sin ver más allá del brumoso perfil de la costa.

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