_
_
_
_
_
Juicio por el mayor atentado en España

El acusado de robar la dinamita del 11-M relata la falta de control de los explosivos en la mina Conchita

Otro acusado señala que le contaron que “unos moros” intentaron visitar la explotación asturiana pero se perdieron

El tribunal de la Audiencia Nacional que juzga los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid ha escuchado esta mañana la declaración de Raúl González Peláez, apodado El Rulo, que trabajaba en la mina asturiana Conchita y para el que la Fiscalía solicita ocho años de cárcel por suministro de sustancias explosivas y asociación ilícita, al considerar que robó dinamita de la instalación minera para suministrársela a cambio de cocaína a José Emilio Suárez Trashorras, que a su vez presuntamente se la vendió a los autores del ataque. El Rulo ha ilustrado la falta de control que reinaba en la mina en 2003 (y que se subsanó, según dice, tras la matanza), y ha negado las acusaciones que pesan sobre él.

Más información
Tres detenidos por su presunta relación con los implicados en los atentados del 11-M

El Rulo, compañero de Trashorras en la mina, ha explicado que la llave del almacén donde se guardaban los detonadores se dejaba “encima de una piedra” o en un árbol en medio del monte; la dinamita se la encontraba cada mañana “en la boca de la mina”, y nunca se volvía a guardar en el polvorín lo que sobrara de los trabajos del día. Se dejaba “detrás de un madero” para la jornada siguiente. Su declaración iba ilustrada por las fotografías de la instalación, en las que se podían ver bolsas con cartuchos de dinamita desperdigadas por las galerías, detrás de cartones o de tubos de ventilación.

El acusado ha explicado que los polvorines de la mina Conchita, en la que trabajó de marzo de 2002 a diciembre de 2003, eran cajas de hierro con capacidad para cinco bolsas con cinco kilos de explosivos cada una, que no siempre estaban cerradas con llave. En cualquier caso, esas llaves se las daba a él el vigilante de la instalación a las siete de la mañana, y durante todo el día pasaban “de mano en mano” entre los empleados. La empresa les descontaba de la nómina la dinamita que usaban en las voladuras, según ha dicho.

Al final del día, dejaban las llaves “donde la ropa de los vigilantes”. “Otras veces la guardaban, pero tampoco iba fijándome”, ha añadido. En la mina había dos perros de caza, que por la noche estaban atados. El Rulo sólo ha contestado a las preguntas de su abogado. Según ha dicho, “desde que sucedió esta desgracia”, en alusión al atentado, “empezamos a tener más control, más cuidado y bajábamos lo que sobraba a los minipolvorines”. Pero ha dejado claro: “[La mina] casi siempre estaba abierta”, y “cualquiera podía acceder” a ella porque la barrera de entrada “se subía y se bajaba con la mano” y a partir de las tres de la tarde del viernes se cerraba sólo “si al último camionero le daba por cerrarla”.

”Unos moros” en la mina

A continuación ha declarado Iván Granados Peña, sobre el que pesa la misma petición de condena que sobre El Rulo, y que ha señalado que el 23 de enero de 2004 Trashorras le pidió que se encargara de transportar explosivos para él. Supuestamente el minero le dijo que “no le iba a pasar nada”, pero aún así Granados se negó, según ha contado esta mañana. Granados ha querido dejar claro que él no fue quien llevó la dinamita del 11-M a Madrid, y ha apuntado que se le está confundiendo con otro acusado, Antonio Iván Reis Palicio.

La Fiscalía cree que Granados, al que se apoda El Piraña, acompañó en una ocasión a Trashorras a la mina Conchita para que vigilase mientras él robaba los explosivos. El Piraña, que sólo ha contestado a su abogado, ha dicho ser vecino y compañero de farra de Trashorras. Según ha dicho, éste le comentó que, dado que él se negaba a hacerlo, le propondría la tarea a Gabriel Montoya, apodado El Gitanillo y por entonces menor de edad. A partir de entonces, según Granados, Trashorras dejó de hablarle y “le apartó de su lado”.

Días más tarde, Montoya le contó que Trashorras le había hecho el encargo a cambio de 1.200 euros y que él había aceptado. Según le contó el menor, “unos moros” habían ido a visitar la mina una noche, pero se perdieron y no llegaron a la explotación.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_