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El rico que sermonea a los otros ricos

Warren Buffett, tercera fortuna del mundo, defiende que los adinerados tributen más que nadie Presume de un gusto por lo modesto y siente debilidad por la Coca-cola sabor cereza Aún vive en una casa que compró en 1958 por 31.500 dólares y no le interesa tener ‘jet’ privado

Tras adquirir la ferroviaria Burlington Northern Santa Fe, Warren Buffett lanzó acciones baratas para pequeños inversores.
Tras adquirir la ferroviaria Burlington Northern Santa Fe, Warren Buffett lanzó acciones baratas para pequeños inversores.RICK WIKING (REUTERS)

La paciencia es algo que se estila poco en Wall Street, donde el común de los inversores compite con máquinas que operan a la velocidad del relámpago. Los más viejos del lugar creen, sin embargo, que es una virtud. Warren Buffett se lo toma todo con mucha calma, a su ritmo. No le gusta eso de ir de flor en flor, como hacen los grandes especuladores. Su estrategia es más bien ser leal a acciones de empresas made in EEUU que perdurarán.

Al oráculo de Omaha se le ve en forma a sus 82 años, y eso que durante el verano fue sometido a un intenso tratamiento para combatir un cáncer de próstata que le detectaron en una fase muy incipiente. Estos días está metido en la promoción del último libro que le tiene como protagonista. Una recopilación de artículos que se han ido escribiendo sobre su persona en la revista Fortune, editada por su amiga Carol Loomis.

La antología arranca en 1966. Incluye artículos escritos también por el propio Buffett, convertido en uno de los abanderados de que se suban los impuestos a las rentas más altas. Eso fue después de que Barack Obama le concediera la mayor condecoración que se otorga a un civil. Es uno de sus consejeros de cabecera. Consejos que también busca el alero de los Miami Heat LeBron James, que le manda sus cuentas para que les eche un vistazo en confianza.

La tercera mayor fortuna del mundo, según Forbes, es ahora la voz de la conciencia de los más pudientes. Acepta que subir los impuestos a los que ganan más no tendrá un efecto mayor en el mercado laboral, en un país donde una tasa de paro que ronda el 8% es una tragedia. Pero sí insiste en que es una cuestión moral mirando a los asalariados, que son los que están pagando más impuestos en proporción a lo que ganan.

Esa brecha la representa con la figura de su secretaria, Debbie Bosanek, cuyos ingresos son esgrimidos como ejemplo. Se puede discutir sobre si Buffett tiene o no razón al presentar los números sobre los impuestos que paga. Pero lo que está claro es que este inversor de aspecto bonachón que podría pasar por el vecino está echando leña con la Buffett rule (la que aboga por esa subida de impuestos a los más ricos) a un debate muy emotivo, que además le está granjeando enemigos entre sus pares, que no están para escuchar sus sermones éticos.

Condujo un viejo Escarabajo hasta que su difunta esposa le convenció de que daba mala imagen a un hombre de su posición y lo cambió por un Cadillac

Buffett lleva medio siglo al frente de Berkshire Hathaway. Cada acción de este conglomerado se paga a más de 130.000 dólares, un precio que dobla el sueldo anual de una familia de clase media. Hace dos años abrió su imperio al pequeño inversor con un nuevo tipo de acciones más baratas, tras la compra de Burlington Northern Santa Fe. No es que fuera generoso, es que necesitaba el apoyo de los pequeños accionistas de esa ferroviaria.

Las juntas generales en Omaha no tienen igual. Al evento que reúne cada año a los accionistas se le conoce como el Woodstock del capitalismo. Para vender sus empresas, como la aseguradora Geico, es capaz de disfrazarse de rockero y ponerse a cantar. No siente vergüenza. La última actuación es de este mismo año, cuando entonó I’ve been working on the railroad en la televisión china. Memorable también su dueto con Jon Bon Jovi interpretando The glory of love.

Los títulos no son casuales, como cuando actuó cantando I’m only a paperboy. Y es que si Warren Buffett no hubiera dado con su pasión por invertir, ahora sería seguramente periodista. No siempre fue rico, aunque ya de niño dio con la manera de hacer dinero. Su padre, corredor bursátil, perdió su empleo por la Gran Depresión. De él aprendió que se puede hacer dinero sin trampas. De la madre, lo de hacer cuadrar y crecer los números.

A los 11 años hizo su primera inversión. Fueron tres títulos de Cities Services, una firma energética. Le compró otros tantos a su hermana. A los 14 se mudó con su familia a la capital de EE UU, donde trabajó de repartidor de The Washington Post. Ahora es accionista del grupo editor y ocupa un asiento en su consejo de administración. Su objetivo era ser millonario a los 30 años. Lo logró en 1962. Es conocido por invertir en compañías esenciales para la economía, incluidos bancos.

Su brazo inversor tiene ahora a mano 40.000 millones para gastar en nuevas oportunidades de negocio. Y aunque se especula desde hace tiempo sobre su futuro al frente del conglomerado, no parece que tenga intención de ceder el poder al menos durante este año. Le gusta lo que hace. Es eso lo que inspiró a Loomis a escoger el título Tap dances to work (va a trabajar bailando claqué).

El paso de los años forjó una estrecha amistad entre la editora de Fortune y el inversor, hasta el punto de que es ella quien le edita la esperada carta anual que Berkshire Hathaway manda a sus accionistas. El libro cuenta la historia de su amistad, por qué está dando su fortuna y su pasión por el bridge online, al que juegan religiosamente todos los lunes por la tarde.

Su forma de invertir no cambió con el tiempo. Tampoco sus gustos. Buffett tiene debilidad por la Coca-Cola con sabor a cereza. Hay, incluso, quien se pregunta en Wall Street si la compañía de Atlanta la sigue vendiendo solo para tener contento a uno de sus accionistas de referencia. También por el helado de vainilla. Su dieta es bastante básica, como su estilo de vida, modesto, aunque tenga siempre a su disposición los aviones privados de otra de las compañías que tiene en su cartera de inversión, NetJets.

Otro libro sobre su figura Buffett: The making of an american capitalist, de Roger Lowenstein, recapitulaba algunos de sus hits ahorrativos. Cuando su primer hijo nació, transformó el cajón de una cómoda en moisés. Para el segundo tomó prestada una cuna. Condujo un viejo Escarabajo hasta que su difunta esposa le convenció de que daba mala imagen a un hombre de su posición y lo cambió por un Cadillac.

Por no cambiar, vive en la primera casa que compró junto a su mujer en 1958 (pagó por ella 31.500 dólares de la época). Buffett es una persona disciplinada. Su estrategia de aguantar la inversión el máximo tiempo posible, una filosofía heredada de Ben Graham. Sin embargo, es contrario a tener un coche o un avión en propiedad, porque pierden valor. El éxito del oráculo de Omaha es muy difícil de emular en un mundo que busca el beneficio a corto plazo y en el que esto de invertir es un hobby de las rentas más altas.

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