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La voz que rompió el silencio

'Salvados' ha reabierto la investigación sobre el accidente del metro de Valencia y ha revolucionado a la sociedad con su visión del 23-F

Ángel S. Harguindey
Jordi Évole, presentador, productor y director de 'Salvados'.
Jordi Évole, presentador, productor y director de 'Salvados'.

Jordi Évole comenzó su irresistible ascensión televisiva como El Follonero, un provocador profesional en el programa de Buenafuente. Tras lanzarse en solitario, paulatinamente se convirtió en el director-presentador de uno de los mejores programas de investigación de la televisión. Y, probablemente, el momento cenital de su carrera lo alcanzó hace unos meses con la entrega de Salvados sobre el accidente de metro de Valencia. Cierto es que en ese caso los provocadores fueron otros, pero Évole tuvo el acierto de elegir el tema, los protagonistas del programa y afrontarlo con rigor. La torpeza de la clase política valenciana puso el resto.

El día clave fue el 3 de julio de 2006: un accidente en el metro de Valencia provocó 43 muertes y 47 heridos graves. Casi siete años después, el 28 de abril de 2013, Salvados emitía el capítulo ‘Los olvidados. Metro Valencia: el accidente silenciado’, un reportaje en profundidad sobre las causas del suceso y, básicamente, sobre el deplorable comportamiento del poder político y judicial valenciano para tapar lo ocurrido ante la inminente visita a la ciudad del entonces Papa, Benedicto XVI.

El programa tuvo una enorme repercusión y no sólo consiguió batir su récord de audiencia (más de 3,3 millones de espectadores), sino que unos días después de su emisión se congregaron en la valenciana plaza de la Virgen unas 5.000 personas en solidaridad con la asociación de víctimas de la tragedia, lugar que hasta entonces apenas había podido encontrar la empatía de unas decenas de personas. Pocas veces un programa tuvo tal respuesta ciudadana y tal incidencia en los poderes públicos. En enero, nueve meses después de la emisión del programa en La Sexta, los jueces reabrían la investigación. La Audiencia Provincial de Valencia estimó que se habían puesto de manifiesto “nuevos elementos que podrían dar lugar a nuevas sospechas y a hacer útil la continuación de la instrucción de la causa”, aceptando parcialmente los recursos contra el archivo de la investigación del siniestro, lamentable decisión de la titular del juzgado de Instrucción número 21. Tras archivar el caso en 2008, Nieves Molina rechazaba en septiembre de 2013 reabrir diligencias convencida de que el siniestro se produjo por la velocidad excesiva del tren. Esa fue la primera y, de momento, única versión oficial de un accidente silenciado casi totalmente por Canal 9 para no empañar la visita papal.

‘The New York Times’ le definió como “una prominente voz española”

De aquel programa quedan secuencias inolvidables, datos terribles y testimonios demoledores. La indigna conducta de Juan Cotino, presidente de las Cortes valencianas en la actualidad y hombre fuerte del Partido Popular desde hace décadas, es, probablemente, el documento televisivo más preclaro del cinismo político. Su sonrisa absurda durante el breve paseo que compartió con Évole, su negativa a contestar a ninguna de sus preguntas y el conocimiento previo del espectador de su vergonzoso comportamiento con los familiares de las víctimas al ofrecerles algunas prebendas a cambio de su silencio, le situaron en la cúspide de la vileza.

El programa consiguió, entre otros muchos reconocimientos, el Premio Ondas 2013 en la categoría de mejor cobertura informativa o especial en televisión. Y su director alcanzó la cumbre con la que sueña todo periodista: que The New York Times le dedicara un artículo, titulado ‘Un combativo presentador español da voz a los ciudadanos corrientes’, en el que se le definía como “una prominente voz española en un momento de crisis económica que denuncia casos de corrupción y temas como el desempleo, pero que también cava más hondo en historias como el accidente del metro de Valencia”. Évole había alcanzado el Tourmalet del periodismo.

Después supimos muchas más cosas sobre la tragedia. Supimos que la empresa pública Ferrocarrils de la Generalitat había contratado en 2006 los servicios de una consultora para aleccionar a los técnicos que debían comparecer en las Cortes valencianas con un único objetivo: que alegaran que lo ocurrido había sido “un accidente inevitable”. También supimos que la consultora HM & Sanchis fue contratada por un valor no inferior a 621.000 euros y con cargo al presupuesto público sin que mediara concurso público. O que Cotino tiene una especial predilección por aparecer en casi todos los asuntos turbios, desde el caso Gürtel y la financiación irregular de su partido hasta los negocios familiares con el imputado Enrique Ortiz. Es un crack de lo oscuro al que se ha vinculado con la decisión de que la trama Gürtel se hiciera con siete millones de euros para organizar la retransmisión de la visita papal en colaboración con Canal 9, esa televisión pública (hoy cerrada por decreto) que aceptó sin rechistar las consignas del poder político de minimizar el mayor accidente de metro de la historia de España y no interrumpió su programación.

La importancia del programa dirigido por Évole sobre el accidente del metro valenciano sobrepasó lo específicamente informativo. Es, probablemente, un documento esencial para estudiar la solidaridad ciudadana, el comportamiento de cierta clase política atrofiada, el de una parte de la judicatura absolutamente insensible y el de unos medios supeditados al poder hasta el servilismo.

Évole hoy es uno de los presentadores mejor valorados de la televisión

Su triunfo está estrechamente vinculado con su concepto del periodismo. El informador muestra una especial empatía con el ciudadano. Ocupa su lugar y pregunta lo que, a su juicio, esa ciudadanía quiere saber. Y, además, lo hace desde una pretendida, o auténtica, sencillez. No se escucha a sí mismo cuando habla, ni teatraliza sus preguntas: es directo. En una entrevista en El Intermedio, su última respuesta fue escribir una frase en una pizarra, la que quisiera. No lo dudó y nos recordó la definición de Orwell del periodismo: “Es publicar lo que alguien no quiere que publiques. Todo lo demás son relaciones públicas”. Su aceptación popular estimuló, sin duda, la aparición en otras cadenas de programas que pretendían recuperar la audiencia perdida por el éxito de Salvados. El caso del programa de entrevistas de Risto Mejide (Cuatro) es indiscutible, aunque no consiguió acercarse a sus audiencias, probablemente porque Mejide es a priori la estrella. Su apuesta es en favor de la egolatría.

En todo caso, Évole es humano y, por tanto, comete errores. Desde un punto de vista informativo, se le escapó vivo Florentino Pérez, por ejemplo. Con Jordi Pujol —y pese a que la sinergia empresarial lo reivindicó como un acierto—, corrió un tupido velo sobre lo que luego se comentaría una y mil veces: el caso de la Banca Catalana. Y el especial sobre una hipotética explicación del golpe de Estado del 23-F fue, probablemente, un complejo equilibrio entre el ingenioso guion, la colaboración sorprendente de ilustres personajes en el juego y un más que discutible gusto por las boutades. Aunque no hay lugar a dudas que sí fue otro de sus programas más exitosos y comentados: el documental de ficción Operación Palace lo vieron 5,2 millones de espectadores.

Évole se ha convertido en uno de los presentadores mejor valorados. Según el barómetro de Personality Media del pasado julio, tiene una nota del 7,4 y un 90% de conocimiento entre las 40.000 personas encuestadas por la agencia. Probablemente por preguntar sin pelos en la lengua lo que pocos preguntan a los políticos.

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