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Cuando nos agobia el tiempo libre

Ser capaces de disfrutar de lo que hacemos, aquí y ahora, desarrolla la atención. Cambiar el ritmo puede aburrir al principio, pero debemos tener paciencia para conseguirlo

Anna Parini

Los espacios y tiempos configuran nuestra vida. Vivimos cambiando de velocidad. En casa habitamos en nuestro territorio a nuestro ritmo, y de ahí salimos a otros: el trabajo, la calle, los bares, los centros comerciales, playas, montañas, coches, aeropuertos… Estamos también en zonas de ruido, de conversación, de silencio, de soledad. Vivimos tiempos apresurados, estresados, presionados, tranquilos, aburridos, de competición, de ocio. A menudo ni siquiera podemos decidir cuáles son esos espacios por los que transitamos ni somos dueños de nuestros tiempos. ¿Cómo configuran nuestra vida?

Estamos adaptándonos constantemente a ellos. La dispersión, el estrés y la angustia aparecen a menudo en estos intervalos de adaptación. ¿Sabemos aprovechar lo que estos cambios nos facilitan? ¿Los buscamos o vivimos atrapados en nuestros hábitos y rutinas?

El estrés del tiempo libre. El tránsito del trabajo al ocio puede provocar ansiedad y estrés. Llevamos meses de actividad intensa y de un día para otro estamos de vacaciones. Ahora el tiempo es más nuestro. Sin embargo, nos encontramos con el impulso de hacer, planificar y estar ocupados. El hábito puede estar tan arraigado que llenamos nuestra agenda de visitas, viajes, encuentros y planes. Vamos a un lugar distinto, y la preparación anticipada nos produce a veces más gozo que cuando estamos allí porque queremos asegurarnos de no perdernos nada. Es bueno estar abierto al aprendizaje que supone viajar y ver; sin embargo, ¿cuánto gozamos del momento? ¿Hasta qué punto calmamos nuestro hábito de tener que planificar y estar siempre en acción?

La sensación de agobio puede deberse a nuestra necesidad de buscar siempre cosas mejores y novedosas, y a nuestra incapacidad de encontrarnos cómodos y bien donde estamos y con lo que tenemos. El neurólogo Emrah Düzel lo explica: “Con la percepción de lo nuevo el cerebro libera mucha dopamina, vincula ese descubrimiento a la sensación de que ahí encontrará una recompensa. De no ser esto así, el hombre nunca se habría aventurado a salir del agujero. Colón nunca habría buscado una nueva vía marítima y el vuelo a Marte no sería un objeto de reflexión para nosotros”.

La información se come la atención
de sus receptores”

Herbert A. Simon

En otros casos, pasamos de estar muy activos a ser espectadores pasivos. Internet, los smartphones, los intercambios constantes por Facebook, Twitter, correos electrónicos y otros medios suponen una multiplicidad de estímulos que influyen en nuestra fuerza de voluntad y capacidad de autocontrol. Incluso en nuestro tiempo libre nos vemos invadidos por las noticias y datos que llegan por nuestros teléfonos. Se convierte en una adicción.

Observamos la aventura de una película o un acontecimiento deportivo en vez de vivir nosotros una o practicar un deporte. Estamos siendo espectadores pasivos, y esto al final no nos proporciona plenitud. En vez de disfrutar del descanso nos aburrimos por falta de vivencias y nos sobreviene el estrés del tiempo libre. Pasar de un tiempo ocupado y activo a otro más libre implica a veces saber aburrirse para ir desacelerando el ritmo.

Domine sus circunstancias. El tiempo libre es deses­tructurado y más difícil de configurar. Uno quiere regresar rápido a casa después de un día intenso de trabajo y luego, cuando llega, al cabo de un rato, no sabe qué hacer y enchufa la televisión o se distrae con Internet. Son distracciones que no nos nutren ni nos producen verdadero descanso. Quizá nos brindan una pausa en los pensamientos y preocupaciones, pero seguimos abiertos a estímulos externos que no permiten un pensamiento creativo, sino que quedamos atontados ante lo que vemos acontecer frente a nosotros.

El “no hacer” nos angustia, provocando la sensación de estar “perdiendo” el tiempo, y el no querer sufrir esa ansiedad junto al deseo de sentirnos activos nos impulsan a la acción. Es positivo no dejarse dominar por la tentación de buscar siempre cosas nuevas para colmar deseos y necesidades que probablemente sean superfluos. Se trata de desarrollar el arte de no ser marionetas de nuestros anhelos sin autocontrol, ya que muchos de ellos son inculcados por lo que se supone que uno debe tener, consumir y hacer y no por lo que realmente se quiere. Sepamos decir basta.

Unas verdaderas vacaciones consistirían en conseguir que nada tire de nosotros, en que nuestra atención esté centrada en gozar del instante presente sin que busquemos estímulos, siendo capaces de pasarlo bien sin hacer nada.

Aprendamos el arte de potenciar la atención cuando nos falten metas, estímulos y retos externos. Para ello necesitamos paciencia. Tomarnos con calma los días de transición de un tiempo apresurado a otro más nuestro. Al principio, quizá nos aburrimos o nos sentimos “descolocados”, pero poco a poco aprendemos a disfrutar de la chispa de cada momento. No permitiendo que la mente ya esté en otro lugar, planificando lo que tendría que venir luego y cuál es el siguiente deseo a cumplir. Se trata de dominar el propio tiempo.

Para saber más

LIBROS
Flow
Mihály Csíkszentmihályi (Kairós)

La felicidad según Spinoza
Maite Larrauri-Max (Tandem)

Ocio: La felicidad de no hacer nada
Ulrich Schnabel (Plataforma Editorial)

Para ello disfrutemos de lo que hagamos. Hacerlo desarrolla nuestra atención. Lograr estar concentrados plenamente en nuestro quehacer tiene valor en sí mismo. Un día en la playa observé a una niña jugar con las olas, les hablaba, se reía, estaba totalmente absorta en su juego y asombro por el vaivén de las olas, seguía su compás. No se planteaba si ese juego le reportaba algo, más que sentirse feliz en el aquí y ahora. Estaba concentrada y radiante.

Pintar, tocar música en grupo, cuidar las plantas con pasión, fotografiar, jugar, bailar, cocinar algo nuevo en familia, una conversación interesante, reír hasta que se nos saltan las lágrimas son otras formas de disfrutar que contribuyen a desarrollar la concentración y la atención. Se trata de buscar retos que exijan toda nuestra concentración, actividades que ni nos abrumen ni nos aburran y nos permitan ser creativos. Una amiga me confiesa que un solo sábado le cunde mucho más que tres días entre semana. Y ocurre así porque cambia de espacio y de ritmo y eso hace que su concentración y su creatividad florezcan.

¿Variamos de ritmo en vacaciones y en nuestros periodos de ocio? Para que en nuestro tiempo libre logremos romper con la fuerza de la costumbre, con ciertos hábitos y rutinas, es importante que nos planteemos: ¿qué considero esencial en mi vida? Y no perdamos de vista nuestras preferencias. Posiblemente la prioridad está en lo que sugiere Walter Benjamin: “La felicidad es volver a uno mismo y no asustarse”.

Metafóricamente diríamos que volver a uno mismo es llegar a casa, dejar de correr. No me refiero a un lugar físico concreto, sino al espacio interno en el que uno se encuentra. Estar en casa consiste en estar bien con uno mismo. Con lo que piensa y siente, con su cuerpo, con su entorno. Por ejemplo, cuando se inicia el Camino de Santiago, la mente va más rápido que el cuerpo. Poco a poco, caminando, se va habituando hasta que armoniza cabeza y cuerpo, entonces está en casa. Se trata de valorar la sencillez, salir de la dispersión y encontrar la serenidad interior. Es posible vivir esta placentera sensación cuando dejamos de querer controlar las situaciones y a las personas, cuando aceptamos la incertidumbre y la no permanencia como estados naturales del cambio constante que implica vivir, y cuando estamos en paz con nuestros actos.

Si en vez de entrar en sí mismo, lo que hace es huir, no aprenderá a dominar ni su tiempo, ni sus pensamientos ni su energía. Seguirá disperso. Mantenerse distraído para evitar las propias preocupaciones es distinto a encontrarse a sí mismo e ir al lugar en donde experimenta ser, la casa propia. Se trata de estar bien con uno mismo, incluso en estados de inactividad como el sueño, la meditación o el simple acto de mirar por una ventana. Así favorecemos el bienestar, la creatividad y el propio rendimiento.

Cada once minutos...

Cada once minutos, demuestra la experta informática Gloria Mark, somos interrumpidos por teléfono, correo, información o colegas. Estas interrupciones se convierten en un estímulo al que nos volvemos adictos. Acabamos dependiendo de estos chutes de información que activan la adrenalina. Cada vez más nuestras fases de atención y concentración disminuyen y nos es difícil tener pensamientos profundos, creativos y que aporten soluciones a las situaciones complejas en las que nos vemos involucrados.

Dosifiquemos conectarnos por las redes para estar presentes donde estamos, con quienes estamos, y sentir el sabor del instante sin tener que hacer nada ni responder a ningún aliciente que irrumpa en nuestra intimidad. En el tiempo de ocio, creemos estrategias de desaceleración. Una situación que acabará siendo altamente productiva si la aplicamos bien porque nos brindará mayor bienestar y nos permitirá desarrollar concentración, estar más atentos y tener pensamientos más profundos.

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