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¿Quién ayuda a quién?

El voluntario corre con los gastos del viaje de verano, y la organización, con el alojamiento y la manutención

Turismo de sol y playa, de aventura, cultural, ecoturismo son algunas de las alternativas para elegir cómo pasar nuestro tiempo de ocio ¿Qué tal unas vacaciones solidarias? A muchos les sonará extraño, pero quien más y quien menos ha colaborado con alguna ONG por alguna causa en algún momento. Muchos, de forma altruista, han puesto su granito de arena para sacar adelante programas de ayuda para los más desfavorecidos y algunos, cada vez más, deciden pasar sus vacaciones, o parte de ellas, en proyectos de ayuda internacional.

Es el caso de Ana García Chaves, licenciada en Ciencias Políticas y empleada de BMW Renting, que hace dos veranos decidió quitarse el traje y bajarse de los tacones y emplear sus vacaciones en un programa de ayuda internacional en la isla de Lamu (Kenia) de la mano de Afrikable. “Llevaba tiempo buscando unas vacaciones diferentes y, si tienen un componente enriquecedor, es un plus”, explica. Eligió destino, fue asignada a una escuela local “como personal de apoyo al profesorado local”. Un intercambio en el que de parte del voluntario corre su tiempo —mínimo una semana o 15 días—, el billete de avión y el trabajo, unas ocho horas diarias; mientras Afrikable —y la mayoría de organizaciones— asume la manutención y alojamiento.

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Una vez en la vida

Ana define su experiencia como “maravillosa. Lo mejor que he hecho en mi vida y algo que recomiendo a todo el mundo. Al menos hay que probarlo una vez”. Ella ha vuelto a repetir en septiembre pasado durante su mes de vacaciones. “Te cambia el chip, el concepto de vida. La vida es corta y hay que disfrutarla y trabajar 12 horas al día no es vida. Te das cuenta de todo de lo que puedes prescindir, de las cosas que son verdaderamente importantes”.

En esta como en otras situaciones vitales no está muy claro si fue antes el huevo o la gallina. Si las empresas en sus políticas de RSC incluyeron proyectos de voluntariado internacional en los que involucrar a directivos y trabajadores o los relatos de estos a la vuelta de unas vacaciones diferentes llamaron la atención de los de “arriba” para crear y fomentar programas de vacaciones solidarias. Lo único claro es que el mundo empresarial, en el tema de la solidaridad, se mueve sobre todo en programas de alimentación, educación y salud.

La mayoría de los proyectos implican entre cinco y ocho horas de trabajo diario, a veces en condiciones precarias

Con Afrikable colaboran empresas como Telefónica, Henkel, Adeslas Segur Caixa o la Fundación Lilly. Mercedes Cascajero, vicepresidenta y cofundadora de la organización, se propuso “paliar la situación de exclusión social y económica en la que viven la mayoría de las mujeres y sus familias en Lamu”. Desde un principio, explica Cascajero, “apostamos por el voluntariado como fuerza para lograr un cambio real en la sociedad”. Una subvención de 6.000 euros de Fundación Telefónica y un equipo de voluntarios les permitió arrancar en 2010. Con el programa de Vacaciones Solidarias financian “el área de desarrollo infantil con la creación un comedor y una escuela para niños en extrema pobreza y riesgo de exclusión, ambos gratuitos”. Hoy trabajan en cuatro áreas: “textil, reciclaje, bisutería masái y calzado”, en esta última cuentan con la colaboración de la firma Alma en pena y ya tienen 45 mujeres trabajando fijas.

Iberdrola, Pascual, Mapfre, Unilever, Boeing, Axa, Seur son algunas de las empresas que colaboran con la ONG Cooperación Internacional en proyectos de ayuda al desarrollo, programas de voluntariado y otras iniciativas en más de 30 países. A lo largo del año, “numerosas compañías y entidades apoyan económicamente nuestras iniciativas, además de involucrar a sus empleados en acciones de voluntariado corporativo”, señala la ONG.

Pequeñines, sí, gracias

No hay que ser adulto para hacer turismo solidario y dedicar parte de tu tiempo a colaborar en proyectos. Así piensan Max López y Susagna Galindo, fundadores de Familiasenruta.com, que viajan con sus hijos de 7 y 3 años “practicando un turismo responsable”, explica el primero. Para los mayores “destinar parte de tu tiempo a colaborar en tareas de voluntariado es una experiencia increíble” y para los niños “no hay mejor escuela. Es una oportunidad de madurar”. El planteamiento es sencillo, “organizamos actividades con entidades y asociaciones del país de acogida donde participa toda la familia a partir de talleres con gente local”. ¿La mejor edad para ser minivoluntario? A partir de los 10 o 12 años.

En el caso de Mapfre, “los programas de voluntariado internacional han tenido mucho éxito entre nuestros empleados hasta el punto de tener que ‘poner orden’ ante el número de solicitudes. Era imposible atenderlas todas”, explica Fernando Garrido, director del área de Acción Social de la Fundación. Mapfre cuenta con programas de voluntariado en 21 países enfocados sobre todo “a la educación de niños y jóvenes y con atención prioritaria en la alimentación”. La aseguradora dispone de dos tipos de proyectos, siempre en colaboración con instituciones o entidades locales, en los que los empleados pueden participar como voluntarios en su tiempo libre o en lo que llaman voluntariado profesional, donde el trabajador se traslada a un país en desarrollo en que opera la compañía “para ejercer su profesión como comercial, contable o médico... para colaborar en proyectos sobre el terreno”. Para acceder a ellos la aseguradora exige “un curso de formación online de unas cuatro horas y el compromiso firme de ayudar”.

Por mucha voluntad que tengamos, la realidad que nos encontramos no es de color rosa. Tanto Cascajero como Luisa López, coordinadora del área de Educación y Voluntariado de Solidaridad Internacional, coinciden e insisten en desmitificar las vacaciones solidarias “en cualquier proyecto de este tipo se va a trabajar. Las condiciones son a veces precarias, los alojamientos casi siempre básicos y la realidad a la que nos enfrentamos muy distinta a la que estamos habituados y no todo el mundo es capaz de integrarse”.

No todos se integran

Luisa Centeno, profesora de secundaria en Sevilla, y voluntaria en un proyecto para mejorar la educación de los niños en una zona marginal de Cuzco (Perú) recuerda cómo una colega de Málaga “fue incapaz de participar, colaborar o integrarse en ninguna de las actividades, ni siquiera en las de ocio. Generó malestar en el grupo y acabó buscándose hotel” para no compartir habitación (siete para dos personas cada una), baño (sólo para 15 personas) y una salita muy básica a modo de comedor. Centeno, sin embargo, está encantada con su experiencia y volvería a repetirla. “Es una forma de conocer la realidad de un país sobre el terreno, al margen de los circuitos turísticos; trabajar, participar y formar parte de otra sociedad”. Según la profesión, se les asignaba una labor durante cuatro o cinco horas al día, en el caso de Centeno trabajó en un vivero escolar —una especie de escuela donde niños y jóvenes aprenden una profesión y se les enseña a poner su propio taller o negocio—. Pasó 25 días en Perú e hizo turismo en su tiempo libre.

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