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Tribuna
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Vientres libres

La gestación subrogada debe ser regulada con todas las garantías posibles: que nadie lo haga sin capacidad de elección y que no haya riesgo médico

Una mujer embarazada por gestación subrogada en India.
Una mujer embarazada por gestación subrogada en India.Getty
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En su artículo “Mercado de vientres”, publicado en este periódico el pasado 16 de febrero, Beatriz Gimeno comenzaba diciendo que “el único argumento que esgrimen los partidarios de regular los vientres de alquiler es la libertad individual”. No me parece que sea un argumento pequeño. Es más: en cualquier disputa política —y con el matiz clásico de que esa libertad no coarte la de los demás— ese único argumento debería bastar para zanjar la discusión.

¿Por qué a Beatriz Gimeno, sin embargo, la libertad individual no le parece suficiente? Porque no cree que en realidad sea libertad auténtica. Tanto en el debate de los vientres de alquiler como en el de la prostitución, los prohibicionistas sostienen empecinadamente —y en contra de toda evidencia— que nadie en su sano juicio puede elegir prostituirse o alquilar su útero para fecundar un feto ajeno. Si alguien lo hace es porque el sistema le ha alienado y ha lavado su cerebro. Cree que elige, pero en verdad no elige libremente.

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¿Alguien decidiría ser reponedor si no necesitara el dinero? ¿Por qué es más alienante vender el cuerpo que vender el propio tiempo o el talento?

Comparto con Beatriz Gimeno la idea de que, en estas sociedades ricas y tecnologizadas en las que vivimos, es cada vez más injustificable que alguien se vea obligado a hacer por dinero algo en contra de su voluntad. Pero sólo puedo entender como puritanismo pseudoreligioso la obsesión por poner el cuerpo humano en el centro de ese conflicto, como si el resto de extorsiones vitales a las que somos sometidos fueran más nobles o de una naturaleza diferente. Se continúa diciendo —también en contra de toda evidencia— que el trabajo dignifica, pero entre una prostituta de lujo que selecciona a sus clientes y un reponedor de supermercado que pasa todo el día etiquetando latas de conserva no me cabe duda de cuál de los dos lleva una vida más digna. ¿Alguien decidiría ser reponedor si no fuera porque necesita el dinero? ¿Por qué es más alienante vender el cuerpo que vender el propio tiempo —a granel casi siempre— o el talento? ¿Por qué se sigue afirmando que lo primero cosifica y lo segundo no, cuando no hay mayor cosificación que el uso de las capacidades humanas como fuerza laboral mecánica?

El cuerpo de la mujer es el que gesta un feto no por culpa del heteropatriarcado, sino de la biología, pero tal vez la violencia social que han sufrido históricamente las mujeres explique en parte el fundamentalismo sin matices de los prohibicionistas, que ven agravios de género también donde no los hay. Por eso, por ejemplo, en el debate sobre la prostitución no se menciona casi nunca la prostitución masculina, que desmonta uno por uno todos los tópicos abolicionistas. Pero en el argumentario de Beatriz Gimeno está también presente esa aversión primaria que siente la izquierda que ella representa hacia todo lo que huela a dinero. El mercado lo inventó Mefistófeles, la prostitución se creó en tiempos de Margaret Thatcher y la gestación subrogada sin duda la ha impulsado el Club Bildeberg. Todo es neoliberalismo y cualquier debate social es una lucha de clases entre pobres y ricos.

Conozco tres parejas que han recurrido a la gestación subrogada, y dos de ellas han gastado todos sus ahorros para poder hacerlo

La realidad, desgraciadamente, es mucho más confusa. Conozco tres parejas que han recurrido a la gestación subrogada, y dos de ellas han gastado todos sus ahorros y han tenido que endeudarse por años para poder hacerlo. Hay personas que no tienen ahorros ni posibilidad de endeudarse, es cierto: ellos no podrán alquilar un vientre, pero tampoco podrán someterse a un tratamiento de fecundación in vitro ni arreglarse la dentadura. En nuestras sociedades existen muchas cosas que pueden hacer los supuestos ricos y no pueden hacer los pobres. Habrá que trabajar políticamente, por tanto, para equilibrar mejor las rentas y lograr un mundo más justo, pero esa desigualdad no puede servir nunca de coartada, ni siquiera retórica, para prohibirle a todos lo que sólo puedan hacer unos pocos. En cualquier caso, la única forma de aliviar la brecha económica en este asunto sería justamente la regularización, que beneficiaría sobre todo a quienes no pueden permitirse viajes, trámites costosos y honorarios exagerados.

Es muy tentadora, por último, la comparación demagógica de la gestación subrogada con la venta de órganos. Pero la primera tiene unos riesgos controlados para el cuerpo —los de cualquier embarazo— y la segunda, en cambio, supone una mutilación irreversible y dañina. La primera no genera daño social ni daños individuales inevitables; la segunda genera daños de todo tipo.

Nadie sostiene que la gestación subrogada sea una actividad económica como la telefonía o el turismo. Debe ser regulada con todas las garantías posibles: garantía de que nadie lo hace sin capacidad de elección, garantía de que no hay riesgo médico, garantía de seguridad jurídica. Tres, diez, cien garantías reglamentadas por la ley. Y luego, le pese a quien le pese, que la libertad individual sea el único argumento.

Luisgé Martín es escritor.

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