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MIRADOR
Columna
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Despilfarra

Quizá en esta afrenta dialéctica, la frase escogida por el dirigente holandés ha sido tan irreflexiva como nuestra indignación regional

David Trueba
FRANÇOIS LENOIR / REUTERS

Es habitual que líderes locales del norte de España acusen a los ciudadanos de las regiones del sur de ser vagos y fiesteros. Forma parte de la moral contemporánea donde los pobres ya no son víctimas, sino culpables de su suerte. Algo así han sentido los españoles cuando el jefe del Eurogrupo nos ha acusado de despilfarrar los fondos en alcohol y sexo. Y yo sin enterarme, se han dicho algunos. Pero moderemos la indignación nacional, porque la expresión es una referencia genérica al malgasto. Y en ese aspecto, tendremos que reconocer que nuestros gobernantes presentan una hoja de inversiones catastrófica jalonada de aeropuertos, autopistas, cursillos de formación, desaladoras, renovables y ciudades de la justicia mal diseñados, peor ejecutados y perversamente expoliados. Y si queda alguna duda en lo del gasto en copas y sexo, párense a estudiar al detalle los casos más tremendos como la trama Gürtel, el corrupto Granados, los ERE andaluces y la acequia valenciana del PP y encontrarán rastro de prostíbulos, cocaína y caros manjares para aburrir.

Puede que la metedura de pata conceptual de Jeroen Dijsselbloem le vaya a costar el cargo, lo que debería ser aprovechado por el ministro Luis de Guindos, que acaricia el puesto desde hace tiempo. Pero deberíamos analizar esa destemplada declaración como un error filosófico. Desde hace tiempo sabemos que el carácter nacional le debe más al clima que a una personalidad patriótica. Las gentes del sur somos diferentes a los del norte porque recibimos la fuerza del sol con una generosidad que nos permite el derroche. Sabemos, por mal que nos vayan las cosas, que mañana volverá a lucir el sol y nos bañará con su poder regenerador y su riqueza energética. Cualquier ciudadano del norte debería entender que si en sus países brumosos hubiera el nivel de desempleo y precariedad que hay en los nuestros ya estarían enfrascados en un proceso de suicidio colectivo. Aquí se resiste por el clima.

Hasta el presidente Rajoy explicó hace meses que algo bueno tendría España para que vinieran al año 70 millones de turistas. Se le olvidó decir que el sol no tiene carnet de su partido. Cada día en España se acoge a un millón de extranjeros hipnotizados por el encanto natural de nuestras costas y ciudades. Y si reconocemos que muchos lo hacen atraídos por el alcohol barato y nuestra ingente nómina de prostíbulos, entonces nuestra apuesta por el sexo y el alcohol no sería tanto un vicio propio como una inversión para atraer a los foráneos. Quizá en esta afrenta dialéctica la frase escogida por el dirigente holandés ha sido tan irreflexiva como nuestra indignación regional.

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