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Más allá del ruido y la furia

Trump, iconoclasta en las formas, ancla su presidencia en el rebote de la economía

Francisco G. Basterra
El presidente de EE UU, Donald Trump, durante un discurso en Coraopolis (Pensilvania), el pasado 18 de enero.
El presidente de EE UU, Donald Trump, durante un discurso en Coraopolis (Pensilvania), el pasado 18 de enero. Evan Vucci (AP)

Abandonemos toda esperanza de una pronta desaparición física, o política, de Trump en forma de impeachmento aplicación de la enmienda 25 de la Constitución —remoción del presidente si es declarado incapaz de gobernar por el Congreso, a propuesta mayoritaria de su Gabinete—. El médico de la Casa Blanca anunció esta semana que Trump, aunque al borde de la obesidad, está como una rosa, su genética es extraordinaria. No es probable que sufra un infarto durante su mandato a pesar de su elevado colesterol malo y, en contra de lo que muchos pensaban, su mente funciona, su capacidad cognitiva es plena.

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La noticia sirvió una noche gloriosa a los programas satíricos nocturnos de la televisión que descubrieron que Trump tiene corazón y, lo más preocupante, que el errático comportamiento del 45 presidente de EE UU es un propósito consciente. Es un presidente atípico. Habría que rebobinar casi medio siglo, hasta Richard Nixon, para hallar un antecesor tan tramposo y con similar odio a la prensa y a la verdad. Ha puesto patas arriba la gestión de lo público y ha exportado la marca mundial de su populismo supremacista blanco alimentado por el peor nacionalismo.

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Sus dislates, sus mentiras, su franca ineptitud, hacen increíble que Trump haya sobrevivido 12 meses. Ha sabido convertir lo extraordinario en el nuevo normal: si todo es un escándalo, ya nada es un escándalo. Y posee una extraordinaria cualidad: su capacidad para distraernos con su circo del trasfondo de su mandato. Pero el catastrofismo que se ha proyectado sobre el presidente es excesivo y no tiene efecto alguno sobre su conducta.

La solidez inexplicable de su presidencia descansa sobre una economía boyante. Su principal arbotante. Técnicamente pleno empleo, solo un 4,1% de paro; récord de la Bolsa; las empresas contratan trabajadores y aumentan la inversión; incremento de la confianza de consumidores y empresarios. Crecimiento por encima del 3% en los últimos tres trimestres. The New York Times ha solicitado la opinión de sus votantes para que cuenten por qué están satisfechos con él: Aunque sus actuaciones den un poco de vergüenza, ha empezado a cambiar las cosas, por su testosterona y su visión; gran parte de los medios que mecen el odio contra Trump me empujan a estar con él; es iconoclasta, optimista, no hace prisioneros, eso me gusta; ha derrotado al ISIS; prioriza a los ciudadanos americanos sobre los inmigrantes ilegales.

Más allá del ruido y la furia que desata su presidencia,Trump no es el genio muy estable que afirma ser, pero tampoco el ignorante volátil e irascible que nos arrastrará a un invierno nuclear. Su desquicie es más formal que de fondo. Sí es cierto, no es una fake news, que el prestigio y liderazgo de EE UU en el mundo, medido en 134 países por Gallup, ha caído desde el 48% con Obama, a un 30% con Trump. China y Alemania, por este orden, ya son vistas como líderes globales por encima de EE UU.

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