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Caníbal

Luz y seducción, penumbra física y penumbra mental. En tamaño reto se zambulle Manuel Martín Cuenca, que ya desde el primer plano nos invita a jugar a las dobles apariencias, a las identidades confusas. El protagonista, un impecable sastre granadino, es tan pulido y preciso en su trabajo como en su afición: la caza y deglución de mujeres. Antonio de la Torre compone el personaje más complejo de su carrera, y sale muy parado del reto. Atentos a la fotografía y al cariño al encuadre que destila Caníbal.

A favor

Seducción, por

Cuando en una película confluyen texto y tono, luz y seducción, interpretaciones y encuadres, penumbra física y penumbra mental, ambientación y vestuario, localizaciones y caracteres, hasta conformar una única obra, un todo homogéneo, hay que dar gracias a alguien...

Y ese alguien es Manuel Martín Cuenca, el jefe de todo esto. El jefe de Caníbal, el trabajo más complejo y seductor, completo y hermoso, de todo este año. Una película profundamente granaína: lúgubre y luminosa, austera y pomposa, capillica, bellísima y con una infinita malafollá, esa cualidad de carácter tan de la tierra, que mezcla enfado, hosquedad y hurañía, aunque con una apariencia educada y amable. De Caníbal me gusta hasta el sonido de los timbres de las puertas, que hasta eso no es casual sino buscado, estudiado, ejercitado con talento. Y, claro, Antonio de la Torre, a un paso físico y mental del Paseo de los Tristes, calle mítica de Granada a la que se accede desde su sastrería, desde la casa de ese tipo que, una vez, quién sabe cuándo, se enamoró de las mujeres, pero sobre todo de su carne. X
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En contra

Dientes romos, por

Cabe valorar el atrevimiento de Manuel Martín Cuenca: entregar una película cuyo protagonista representa uno de los máximos tabúes de la cultura occidental; también es de agradecer el hecho de optar por la introversión y el minimalismo en una puesta en escena que juega con maestría con las elipsis...

Sin embargo, la historia de este sastre envenenado por dentro, incapaz de mostrar su amor, tullido emocional, se queda encerrada en su lujoso envoltorio formal, en una opción estética que niega la emotividad y deja sin inevitablemente nervio buena parte de su metraje. Las imágenes de Caníbal se convierten en trazos apagados: quieren imponer un ritmo pausado que se convierte en premioso y que reitera constantes rimas visuales; quieren dibujar un personaje turbio y terrible que se queda en impostado. Un personaje con el que Antonio de la Torre se somete a un meritorio vaciado expresivo, pero su criatura está tan marcada desde el guion que permanece atrapada, también, por la gelidez del conjunto; cuando, en el tramo final del filme, el hielo se derrita, ya no habrá espacio para la emoción. Su caníbal de mantel y vaso de vino puede aterrar, sí, pero no conmover porque en él no hay un solo latido; y si lo hay, nos está vedado como espectadores. Caníbal ha jugado una apuesta alta, pero solo ha obtenido ganancias discretas.X
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Entrevista

1 Goyas

8 Candidaturas

  • Película

    Caníbal

  • Director

    Manuel Martín Cuenca

  • Actor protagonista

    Antonio de la Torre

  • Actriz revelación

    Olimpia Melinte

  • Guion adaptado

    Manuel Martín Cuenca, Alejandro Hernández

  • Sonido

    Eva Valiño, Nacho Royo-Villanova, Pelayo Gutiérrez

  • Dirección de fotografía

    Pau Esteve Birba

  • Dirección artística

    Isabel Viñuales