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EE UU deja en el olvido a sus aliados civiles en Afganistán

Los talibanes e insurgentes los consideran traidores vendidos al enemigo norteamericano. Ayudan a mantener las bases en funcionamiento, como cocineros, vendedores, informáticos e intérpretes. Muchos sueñan con marcharse.

Se juegan la vida a diario. El simple hecho de presentarse a las seis de la mañana en esta base militar aliada en Afganistán les ha granjeado poderosos enemigos. Son, para los talibanes e insurgentes, los traidores vendidos al enemigo norteamericano. Ayudan a mantener las bases en funcionamiento, trabajando como cocineros, vendedores, informáticos e intérpretes. Muchos sueñan con dejar atrás este mundo en ruinas. Dieron por buena la promesa de EE UU de que les concedería visados por su inestimable labor. Pero llevan años abandonados a su suerte.

Su frustración tiene una cifra: en los pasados dos años, 2.300 afganos han pedido visados de asilo en EE UU a través de un programa que recibe el pomposo nombre de Aliados Afganos. La embajada aquí en Kabul sólo ha tramitado dos de ellos. Uno lo ha rechazado. Aun así, a cientos de estos aliados civiles los ha sometido a un tortuoso proceso de solicitud de recomendaciones militares, entrevistas, llamadas y viajes a otras embajadas. Algunos de estos afganos aseguran que sus pasaportes están en la embajada de Pakistán desde hace 18 meses. Se los deberían haber devuelto con el visado en ellos en dos semanas, pero lo único que han encontrado es un inexplicable mutismo.

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A Mustafa Kalili, de 35 años, que vive con su madre en Kabul y trabaja como intérprete en esta base, los talibanes le han amenazado por teléfono y en persona. "Me llaman, me dicen que saben quién soy y dónde trabajo, y que deje de hacerlo o vendrán a por mí", explica en el comedor de la base. "Me da igual. Yo sigo viniendo. Kabul es más seguro que el sur, donde sí que han matado a muchos intérpretes". A Kalili, una bomba en el este del país, bastión talibán, le dejó numerosas cicatrices y secuelas en 2006.

Ni eso, ni las cartas de un coronel y un general de EE UU, han sido razón suficiente para que la diplomacia de EE UU le conceda un visado. Lleva esperando desde hace ya más de un año. Como muchos compatriotas, Kalili se quiso unir a un programa diplomático, iniciado en 2009 con el pomposo nombre de Aliados Afganos, cuyos resultados hasta la fecha han sido magros. Entonces, dijo el Departamento de Estado en Washington que tan valiosa era la labor de estos afganos, que les concedería hasta 7.500 visados.

Las ilusiones que creó el programa se han ido tornando en un desencantado escepticismo. "Mi pasaporte lleva en Pakistán 18 meses", explica Abdul, de 29 años, que sólo usa un nombre por temor a represalias. "Conseguí las cartas militares. Aceptaron mis documentos aquí en Kabul. Me llamaron desde Nebraska para darme un número de referencia para mi caso. Me hicieron ir hasta Jalalabad (Pakistán) a una entrevista. Se quedaron mi pasaporte. Y sigo esperando. Cuando les llamo, me dicen que no saben nada".

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Sin pasaporte y sin visado, Abdul sigue viniendo a diario a trabajar a esta base. Sale en los vehículos acorazados con los soldados, enfundado en un chaleco antibalas. Es la única forma que tienen éstos de comunicarse con los ciudadanos de Kabul en sus misiones de seguridad y de apoyo al ejército afgano. Su trabajo es uno de los de más riesgo en esta base, porque cada tarde, al acabar su turno, tiene que regresar por su cuenta a su hogar, en Kabul, con su familia.

Su desesperada petición de ayuda ha llegado hasta Washington. Siete senadores han escrito al departamento de Seguridad Interior para que asista a la diplomacia en tramitar con más rapidez esas solicitudes de visado. Fuentes del Departamento de Estado aseguran a EL PAÍS que cuando el programa Aliados Afganos se inició en 2009 no había personal suficiente aquí en la embajada de Kabul ni en Washington para analizar, uno a uno, los casos de todos los solicitantes.

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