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ARCHIPIÉLAGO
Columna
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‘Fair Play’ (Lima, Perú)

Hay cosas más graves que el fútbol, pero no mientras sucede el partido

Ricardo Silva Romero

Hay cosas más graves que el fútbol, pero no mientras sucede el partido, no una semana después. En Colombia, que es el ejemplo que pongo, esta semana ha continuado la historia de cómo ciertos magistrados de la Corte Suprema de Justicia vendían sus fallos a ciertos políticos corruptos, ha seguido creciendo el número de líderes sociales asesinados por quién sabe cuál paramilitarismo, ha avanzado esta campaña presidencial asediada por una derecha nacionalista que busca desesperadamente a un par de enemigos temibles –las FARC, Venezuela, “los guerrilleros disfrazados de campesinos”– que le den forma al populismo. Pero no ha querido parar la discusión sobre el supuesto pacto que hizo la selección colombiana con la selección peruana en el último partido de la eliminatoria al Mundial del 2018.

Fue en Lima. Por eso es que hablan del “Pacto de Lima”: qué ocio. El partido iba 1 a 1 en el minuto 89 porque ningún equipo –sólo Brasil– logró ser superior o al menos ser el mismo equipo en la larga eliminatoria suramericana. Y, como ese resultado les servía a las dos selecciones para seguir su camino al Mundial –porque Chile, el rival más cercano en la tabla de clasificaciones, acababa de ser derrotado–, tanto Colombia como Perú se dedicaron a hacer jugadas inofensivas mientras el árbitro decretaba el final. Se vio mediocre, triste. Pero quienes han jugado fútbol alguna vez, quienes se han tomado el fútbol como su misa de domingo, no le vieron sordidez a la escena: eran un puñado de jugadores espantados, y agotados, que habían caído en cuenta de que aquel empate era más que suficiente, y ya.

El periodista argentino Martín Liberman llevó al extremo la teoría de conspiración cuando se conoció la imagen de Falcao García, el corajudo capitán colombiano, secreteándose con los jugadores peruanos como recordándoles que con el 1 a 1 ganaban los dos equipos: “Esto de Falcao ensombrece su carrera porque es el actor intelectual del arreglo en la cancha”, dijo Liberman, y pidió que el caso fuera investigado por la FIFA. Y sonó desproporcionado, como todo lo de hoy, pero sobre todo sonó ridículo, pues si una institución ha perdido su autoridad en el mundo es la FIFA. Y si algo ha sido obvio en esta eliminatoria –que por algo se resolvió en el último minuto– ha sido el juego limpio que no se vio en las eliminatorias en las que Argentina empataba o perdía con Uruguay el último partido para dejar por fuera a Colombia.

Colombia es un equipo incierto sin mariscales ni genios: no es mejor ni es peor que las demás selecciones suramericanas. Pero hasta ahí llega el misterio.

La columnista cristiana Azucena Lizcano escribió, en el portal Las2orillas, una carta abierta titulada Falcao: has decepcionado a tu Dios y tu iglesia: “¿Cómo le explico a mi hijo que su ídolo es tan deshonesto que puede proponer pactar un empate?”, se preguntó. Pero cuestionar la ética del 9 colombiano, que no compró nada, es perder el tiempo valioso que podría emplearse preguntándose por qué –si la justicia gringa sí es implacable– no se conocen aún sentencias contra los veintitantos dirigentes que hace apenas dos años protagonizaron el obsceno caso de corrupción de la FIFA: ¿qué pasó con el expresidente Joseph Blatter?, ¿qué pasó con Luis Bedoya, la cabeza de la Federación Colombiana de Fútbol, que aceptó cargos?, ¿no aparecieron jamás las evidencias de que las sedes de los próximos mundiales fueron compradas?

Hay cosas más graves que el fútbol, pero quizás sea bueno seguir hablando de esos dirigentes caraduras que hacen lo que les viene en gana mientras las noticias nos crean la ilusión de que los únicos corruptos del mundo –los únicos tramposos que se escudan en los nacionalismos– son estos políticos.

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