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El Supremo rebaja cinco años la pena a un hombre que dejó tetrapléjica a su mujer

El alto tribunal considera que no hay alevosía aunque el hombre irrumpió en la casa a las cuatro de la madrugada

El Supremo ha rebajado en cinco años (de 21 a 16) la pena de cárcel para un hombre con orden de alejamiento que intentó matar a su mujer entrando en su casa a las cuatro de la madrugada, con sus llaves y usando un plástico para levantar el pestillo de seguridad. Se dirigió al dormitorio de su esposa, de la que se estaba divorciando, y la golpeó y le retorció el cuello hasta creer que estaba muerta. Los hijos, de 13 y 15 años, fueron testigos. La mujer, milagrosamente, no murió. Quedó tetrapléjica y apenas puede moverse.

El alto tribunal considera que no pudo probarse la "alevosía", una agravante que se aplica cuando el homicida trata de asegurar que la víctima esté indefensa y que sí había apreciado la Audiencia Provincial de Madrid en su fallo. La sentencia del Supremo, de la que ha sido ponente el magistrado Luciano Varela, entiende que entrar en una casa a las cuatro de la madrugada, sin avisar, sin llamar a la puerta y abordar a una persona en la habitación en la que duerme no es suficiente. El fallo señala que "los hechos probados, cuando afirman que el acusado actuó de forma sorpresiva no describen el dato de hecho que permita sostener ese aserto".

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El fallo de la Audiencia afirma que la versión del agresor era "incoherente e irracional" y que "se contradice con las declaraciones testificales de sus hijos, que presenciaron los hechos". José Luis R. C. alegó que fue a casa de su mujer, María Antonia, a las cuatro de la madrugada porque alguien le había dicho que iba a ser asesinado y que quería preguntarle a quién iba a mandar matarle. Él mismo aseguró que la mujer estaba dormida, pero añadió que cuando él entró "hizo amago como que le estaba esperando" y que llevaba un serrucho en la mano.

Los niños, sin embargo, a quien vieron con un cuchillo en la mano fue a su padre. Vieron como él intentaba ahogarla y cómo, cuando pensaba que estaba muerta, le dijo que se lo merecía. La Audiencia considera probada la alevosía por las contradicciones del acusado, por las declaraciones de los hijos que describen cómo les despertaron los gritos de su padre (sin discusión previa) y como la agresión que presenciaron fue unilateral del procesado hacia la víctima. Y cita también una sentencia del Supremo de 2001 en la que se afirma que "en la alevosía sorpresiva resulta irrelevante que la víctima se hallara durmiendo o en vigilia si el acusado llevo a cabo la agresión cuando no lo esperaba".

Los hechos son escalofriantes. José Luis se casó con María Antonia en mayo de 1989. Tuvieron dos hijos. La relación se fue deteriorando y en mayo de 2005 la mujer le dijo a su marido que quería el divorcio. "No voy a permitir la separación, antes te mato, te divorciarás con los pies por delante", fue su respuesta. Siguió amenazándola los días sucesivos, y cuando le llegó la carta del abogado, en septiembre, le anunció su sentencia de muerte: "Tú sabes que esto es un suicidio".

A María Antonia le concedieron una orden de protección. Se quedó en su domicilio con los hijos y a él le prohibieron acercarse a ella. Un día antes de la nochebuena, el 23 de diciembre de ese año, se presentó en la casa familiar a pesar de todas las prohibiciones legales. Se abalanzó sobre la mujer, la tiró al suelo y le retorció el cuello. Intentó doblárselo. Paró ante los gritos y el llanto de sus dos hijos, que le pedían de rodillas que parara. Durante los meses siguientes siguió amenazándola y quebrantando la orden de alejamiento. Lo metieron dos veces en la cárcel, pero salió a los pocos días.

Volvió a la casa en el mes de junio, esta vez a las cuatro de la madrugada. Entró con sus llaves y usó un plástico para levantar el pestillo de seguridad de la puerta de entrada. Fue a la cocina, cogió un cuchillo y se dirigió al dormitorio de María Antonia. Los hijos, de 13 y 15 años entonces, estaban durmiendo. Escucharon gritos y fueron a la habitación de su madre. La vieron sangrando por la boca, con signos de asfixia. El padre la golpeaba sin cesar y la pisaba en el cuello cada vez que ella intentaba respirar. Los niños gritaban e imploraban que la dejara en paz mientras él decía que la tenía que matar -"por todo lo que nos ha hecho"-. La dejó cuando parecía que la mujer yacía ya inerte en el suelo.

María Antonia ingresó en el hospital Gregorio Marañón. Quedó tetrapléjica. Necesita ayuda para cualquier actividad de la vida diaria. Los niños padecen estrés postraumático. Ella no recuerda lo que pasó aquella noche. Dijo que ese día "se acostó muy tarde porque tenía miedo y solía acostarse tarde". Retrasaba meterse en la cama para quedarse dormida enseguida. Sólo puede rememorar unos golpes lejanos, unos ruidos y, después, las aspas del helicóptero que la llevaba al hospital.

Estos son los hechos probados de la sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid, que condenó a José Luis R. C. a 21 años y 10 meses de cárcel como autor de un delito de tentativa de asesinato, dos de quebrantamiento de medida cautelar, uno de maltrato habitual, uno de maltrato en el ámbito familiar y uno de allanamiento de morada.

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