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Crítica:CRÍTICATEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ciertos detalles agradecidos

La ruleta russa De Enric Benavent, sobre cuentos de Chejov. Intérpretes, Empar Canet, Inés Díaz, Xavi Mira, Germán Montaner, Ximo Solano. Iluminación, Alfons Barreda. Vestuario, Enric García, Raquel Delicado. Escenografía, Chisky, Victor Ballester. Coreografía, Amparo Hernández. Dirección, Joan Peris. Companyia Teatre Micalet. Teatro Talía. Valencia.Un pianista y narrador fingido, un tanto a la manera de Tadeusz Kantor, que sirve como hilo conductor tanto como de interlocutor elíptico, es el pretexto urdido por Enric Benavent para hilvanar una continuidad de caleidoscopio en esta breve recopilación escénica de relatos de Chejov, un auténtico maestro del género, que incluye aportaciones apenas discernibles de autores como Nabokov o Pere Quart. El propósito es modesto, y si no es modélico se debe a que la interpretación sufre de algunos altibajos que, al no ser constantes de ningún actor en los distintos episodios, cabe imputar tal vez a ciertas lagunas en la tarea de dirección. Bien entendido que la figura del narrador (un Ximo Solano cada vez más parecido en su aspecto a Antonin Artaud) es un pretexto propiamente dicho que se utiliza como introductor del acontecimiento pero también, como quiere la tradición del cabaret, como manipulador de lo que se cuenta. Lo que se cuenta es, básicamente, Chejov, de modo que, además de constatar que el texto alberga muchos quilates, hay que decir que se basta en su aparente menudencia para desenmascarar a muchos de sus imitadores, desde Woody Allen hasta algunos profetas del absurdo. La lógica exasperada que sustenta el humor de la mayor parte de las situaciones que aquí se narran está siempre en trance de dar el salto hacia la evidencia que convertiría en estrépito lo que apenas es susurro (aquí falla la dirección a veces, no siempre bien surtida de matices) y reduciría a costumbrismo lo que es muy alta escuela. El riesgo de poner esto en escena es altísimo, y hay que decir que en este montaje se salvan casi siempre los escollos principales, digamos que en sus tres cuartas partes, mientras que el resto se delega en la exageración de un trazo grueso en el que Chejov desaparece. Un trabajo atractivo, susceptible de ir a más desde el interior de sus propósitos.

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