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TRIBUNA
Columna
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Somos lo que leemos

Como decía Sartre, el mundo podría existir perfectamente sin la literatura. Pero para ser justos con el autor de La náusea, tendríamos que añadir que, de ser así, este ya no sería el mismo; pues ninguno de nosotros nos pareceríamos a lo que somos de no haber tropezado en algún momento con ese libro que nos cambió la vida. En mi caso fue La llamada de lo salvaje, de Jack London, a través del cual comprendí que un libro puede ser un pasadizo que nos lleve a explorar los abismos de lo humano. Como decía Borges, uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído, atracción fatal a la que no supo resistirse San Agustín: "Cuando rezamos hablamos con Dios, pero cuando leemos es Dios quien habla con nosotros". Ni una Santa Teresa más libertaria: "Lee y conducirás, no leas y serás conducido".

Querámoslo o no, nuestras vidas están en mayor o menor medida condicionadas por estos turbadores objetos que, cual faros, nos van conduciendo hacia la locura, como a Alonso Quijano, a la idolatría borgiana que describe el Paraíso como algún tipo de biblioteca o a la avaricia libresca de Benjamin Franklin, que aseguraba que carecer de libros propios era el colmo de la miseria. No faltan tampoco quienes sostienen que un buen libro te ayuda a comprenderte más a ti mismo; mientras que para un letraherido confeso como Muñoz Molina, leer es el único acto soberano que nos queda.

Frente a estos siempre habrá quien se enorgullezca de no haber leído un libro en su vida o quien los compre al peso con fines decorativos. Todo es posible en un tiempo en el que las agencias de calificación de riesgos se han instalado en nuestros hogares y cada mañana pretenden guiar nuestras vidas, lo cual hace que a menudo nos abalancemos sin muchas ganas sobre los libros y acabemos realizando una lectura chapucera, un acto automático que sin duda contrariaría a Gustave Flaubert, quien sostenía que hay muchas maneras de leer y que para hacerlo bien se requiere talento. Antes que él, otros hooligans de la literatura, como Quevedo, afirmaron que para entender algunos libros cortos necesitaríamos toda una vida. De ahí la certeza entre los iniciados de que no hay dos personas que lean el mismo libro.

En Fahrenheit 451, su autor nos mostraba un mundo en el que los libros eran un arma subversiva y atesorarlos suponía el delito más grave. Quizás porque, como han señalado varios escritores, estos vuelven a los individuos más difíciles de manipular. Pero libros y fuego siempre han estado relacionados, llegando esta alianza a su apogeo en los períodos oscuros de la historia; aunque fue el propio Ray Bradbury quien dijo que peor que quemar libros era no leerlos.

Y a propósito de no leer, en Galicia -donde se estima que más de la mitad de la población no compró libro alguno durante el último año- ha habido una caída significativa en la facturación de las editoriales, en el número de títulos y ejemplares editados, y en las ventas. Por eso no debemos perder de vista el imperativo de vender. Y si a estas alturas el que más y el que menos ya sabe que el género estrella (la novela) debe tener un conflicto, autores e industria siguen buscando la piedra filosofal: obras que inquieten al lector y lo dejen estupefacto. En esta línea, encontramos a Cortázar, que decía que un libro tiene que ser una provocación desvergonzada. Otra cosa distinta es el punto de vista de visionarios y comprometidos: los que opinan que la literatura es resistencia y que el escritor está en la sociedad para ser un huésped incómodo.

Volviendo al presente, en un momento en que al libro en papel le quedan a lo sumo 15 años de vida, según algunos expertos, nos encontramos un año más en vísperas del 23 de abril, dispuestos a llenarnos la boca con palabras sobre la trascendencia de la literatura, aunque aún no hayamos encontrado respuesta a los grandes interrogantes: ¿por qué escribir?, ¿para qué sirve la literatura?, o el sartriano ¿qué es la literatura? Si bien ha habido expertos, como Roman Jakobson, que han ido más allá de lo obvio en su respuesta al aventurar que la literatura es una violencia organizada cometida contra el discurso ordinario.

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Para acabar de complicar la cuestión, las grandes oposiciones horacianas siguen vigentes: arte frente a ingenio, forma versus contenido, enseñar o deleitar... Sea como fuere, la tendencia en la actualidad es a hablar menos de libros y más de "artefactos literarios". Incapaces de salir de tal galimatías, podríamos concluir diciendo que si ellos han creado el problema, que sean ellos quienes lo resuelvan. A no ser que seamos de los que opinan que la literatura es demasiado importante como para dejarla en manos de los escritores.

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