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Cosa de dos
Columna
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Daños

El alquiler de esta columna se me acaba a fin de mes. Ya puedo, por tanto, contarle al vecindario mis manías más íntimas. House, sin ir mas lejos. No hay día en que no me chute uno o más episodios. Me explico: se juntan la devoción por el actor (Hugh Laurie es uno de los tipos más interesantes del mundo), la anglofilia incurable (sigo preguntándome cómo pueden creerse los americanos que el acento de Laurie cuadra con el suyo) y una pueril devoción por Sherlock Holmes.

Gregory House no vive en Baker Street, pero sí en el número 221; no tiene un amigo llamado Watson, pero sí uno llamado Wilson; no batalla contra los bajos fondos de Londres, pero sí contra los bajos fondos del cuerpo humano. Lo demás (la erudición, los opiáceos, la capacidad deductiva, la música, la angustia de la inteligencia) es idéntico. Cuando uno se engancha a una pasión pueril, conviene que recuerde que se trata de eso: de una pasión pueril. La vida es otra cosa. En el mundo, que también es otra cosa, las cosas y los organismos se desgastan sin remedio. En House, una simple inyección devuelve a los moribundos a la salud más pimpante. Eso, como deberíamos saber, no ocurre ni en la vida ni en el mundo.

Ignoro cuál será la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña. No ignoro, en cambio, lo que ya es irreversible. El Tribunal Constitucional, que nació politizado y agoniza entre obscenos achuchones de la partitocracia, puede darse por muerto. La solvencia institucional de la Generalitat, cuyos máximos representantes podrían hacer fortuna como cobradores de secuestros en Somalia, tal vez sea recuperable, pero no en esta generación. La ciudadanía de Cataluña, que en su día se desentendió mayoritariamente del Estatuto y ahora, sin embargo, lo percibe como algo suyo, quedará en una posición incómoda. No menos incómoda se sentirá la ciudadanía española.

Este proceso ha sido una lástima, de principio a fin. ¿Fin? Ojalá adivináramos el fin. Hemos mangoneado los órganos más delicados y hemos causado deterioros irreversibles. Habrá que conformarse con que el paciente salga vivo de ésta.

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