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Reportaje:

La guerra nuclear de los Bettencourt

Después de años de disputa familiar, judicial y mediática, una juez de Courbevoie, cerca de París, ha decidido esta semana incapacitar a Liliane Bettencourt, que ayer cumplió 89 años. La mujer más rica de Francia, tercera fortuna del país, está desde este momento bajo la tutela de su odiada hija única, Françoise Meyers-Bettencourt, y de sus dos nietos. Ha sido el regalo de cumpleaños más doloroso para la primera contribuyente privada de Francia, hasta ahora dueña del grupo L'Oréal, y cuya codiciada hucha, según calculó en 2010 la revista Forbes, asciende a 17.000 millones de euros.

"Bettencourt se aburría mucho. su marido era político. y Banier le divertía"
"Yo no vivo descon-fiando. Y regalo cosas a mis amigos, es mi elección", dijo a 'le monde'
El estado francés teme que el imperio l'oréal termine siendo absorbido por la suiza nestlé
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Después de años de disputa familiar, judicial y mediática, una juez de Courbevoie, cerca de París, ha decidido esta semana incapacitar a Liliane Bettencourt, que ayer cumplió 89 años. La mujer más rica de Francia, tercera fortuna del país, está desde este momento bajo la tutela de su odiada hija única, Françoise Meyers-Bettencourt, y de sus dos nietos. Ha sido el regalo de cumpleaños más doloroso para la primera contribuyente privada de Francia, hasta ahora dueña del grupo L'Oréal, y cuya codiciada hucha, según calculó en 2010 la revista Forbes, asciende a 17.000 millones de euros.

La noticia ha copado esta semana las portadas de los diarios económicos porque supone que el 30% de las acciones del imperio de los cosméticos, y los derechos de voto correspondientes en el consejo de administración, acaban de cambiar de manos, y muchos temen, entre ellos el Estado francés, que el grupo fundado en 1909 con el nombre de L'Aureale por el padre de Bettencourt, el químico filofascista y antisemita Eugène Schueller, termine siendo absorbido por el gigante suizo Nestlé.

Casi cien años de saga familiar de los Schueller-Bettencourt dan para escribir la gran novela francesa del siglo XX y de los agitados inicios del XXI. Lo que empezó como un pequeño negocio familiar de "tintes inofensivos para los cabellos", que servía a las peluquerías de París en los alegres años veinte, viró luego hacia el colaboracionismo con los nazis, cuando Schueller puso la sede del grupo a disposición de los violentos fascistas del grupo subversivo La Cagoule. Más tarde, el fundador contrataría a algunos de los cabecillas como ejecutivos del grupo y financiaría al régimen de Vichy, para, nada más acabar la guerra, limpiar su nombre (gracias al testimonio de, entre otros, François Mitterrand, y de su futuro yerno, André Bettencourt) y pasar a la historia abrochándose la Legión de Honor en la pechera.

La historia de la saga explica una de las evoluciones e involuciones que ha sufrido Francia y que sigue viviendo hoy mismo, cuando la familia que controla la multinacional de la belleza en frascos está inmersa en un torbellino de sospechas, acusaciones y presuntos delitos societarios y políticos (tráfico de influencias, escuchas ilegales, evasión fiscal, financiación de partidos...), centralizados ahora en un tribunal de Burdeos después de tres años de insidias y denuncias cruzadas.

Antes de ser incapacitada, madame Bettencourt ha admitido sin tapujos haber financiado desde hace tiempo las campañas electorales de la derecha, y la duda que deben dirimir hoy los jueces es si lo hizo de forma legal o mediante algún truco ideado para bordear la ley. Al ser preguntada por Le Monde sobre el dinero que iba a parar a los políticos, Bettencourt replicó: "Soy viuda, es una cosa nueva para mí; siempre hicimos las cosas entre los dos. Mi marido era político, un diputado muy comprometido. Participamos, con mi dinero, en las campañas de su círculo cercano. Yo prosigo con su compromiso. A quién doy, cuánto doy, son cosas que no quiero decir, pero que se fundan sobre las reglas".

El escándalo político surgido de la escisión familiar ha puesto en evidencia la connivencia histórica entre las altas finanzas del país y la alta política, y ha ido dejando en el camino un reguero de cadáveres y víctimas, entre las que quizá algunos querrían incluir a la gran protagonista del caso, la anciana Liliane Schueller, una mujer libre, activa y amante del arte, que de joven fue comparada por su belleza con Ava Gardner y que estuvo casada desde 1950 hasta 2007 con el político y empresario André Bettencourt. Desde que se quedó viuda, la vida de madame Bettencourt ha estado marcada por lo que ha sido, según su propia definición, "una guerra nuclear" contra su hija, que siempre sospechó de la amistad de su madre con el fotógrafo François-Marie Banier.

Según explica Christophe D'Antonio, autor del libro La lady y el dandy, "fue a la muerte de monsieur Bettencourt [noviembre de 2007] cuando estallaron los problemas entre la madre y la hija. Nunca se llevaron demasiado bien, pero un mes después, Françoise presentó la denuncia por abuso de debilidad contra el fotógrafo, escritor y playboy".

Banier es un artista con fama de ser muy amigo de los ricos y fotógrafo de los pobres (un sin techo le denunció por haberle retratado sin su permiso). Su cercanía a Bettencourt se remonta a los años ochenta, pero crece con la muerte del marido, al que todos apodaban Dedé. A cambio de distraer un poco la soledad de la anciana, Banier se labra un presente dorado y una jubilación de pachá: seguros de vida, obras de arte, casas e incluso una isla (la de Arros, en las Seychelles), un botín valorado en casi 1.000 millones de euros.

Cuando Le Monde preguntó a Bettencourt si se arrepentía de haber regalado tantas cosas a Banier, ella respondió: "Jamás; lo hecho, hecho está. Si he hecho una tontería, la he hecho. La vida es más bonita sin arrepentimiento. Yo no vivo en alerta, desconfiando de todos. Y regalo cosas a mis amigos, es mi elección".

D'Antonio cuenta que "Bettencourt se aburría mucho: su marido era un político, y Banier le divertía más, era la pimienta que le faltaba a su vida". Según ella, el tipo le pedía dinero a menudo, pero nunca fue violento con ella. "Banier es persuasivo, hemos podido pelear alguna vez, pero nunca me ha tocado. Hace falta entenderle. François-Marie tiene un carácter impulsivo. Y a mí me gusta la gente bien educada, pero me gusta aún más la fantasía", dijo a Le Monde.

Tanta fantasía produjo una razonable paranoia y los recelos de su hija y su yerno ante tanta generosidad. Ese fue el arranque del culebrón demasiado humano que en los últimos tres años no ha dejado de sorprender a los franceses. De repente, la imagen pública de la respetable y respetada multimillonaria cambió de forma radical. De mecenas del arte, dueña de la espléndida Fundación Bettencourt-Schueller (erigida en Neuilly, el pueblo del que fue alcalde Nicolas Sarkozy), la dama pasó a ser vista como un personaje vulnerable, rodeado por buitres y granujas por todas partes, y las cosas fueron empeorando hasta salpicar al Elíseo y convertir la disputada herencia en un asunto de Estado.

Los ingredientes novelescos del caso parecen inspirados en la mejor literatura popular. Ahí está, por ejemplo, la traición doméstica del mayordomo fiel, que mientras sirve el té espía y graba las conversaciones de su jefa. El hombre que apretó el botón de la "guerra nuclear" entre madre e hija se llama Pascal Bonnefoy, y es uno de los lacayos históricos chez Bettencourt. Durante un año, desde mayo de 2009 hasta mayo de 2010, Bonnefoy recogió la mesa con una pequeña grabadora escondida en la levita. Registró 22 horas de conversaciones privadas de su jefa, que fueron bajadas a 28 cedés por el marido de la contable de la casa, Claire Thibout, un informático profesional.

Los discos acabaron en manos de la hija y esta se los entregó a la justicia con el objetivo de probar la nefasta influencia que ejercía el entorno. Las cintas eran una bomba política y contenían jugosísimas revelaciones. El que más aparecía es el exadministrador de los bienes Patrice de Maistre, un hombre para todo que se ocupaba de las relaciones públicas y de las inversiones legales y menos. Su reputación quedó por los suelos cuando el diario digital Mediapart se hizo con las cintas y empezó a publicarlas en junio de 2010.

En una de las grabaciones, De Maistre explica a la anciana: "El marido de madame Woerth, a la que usted emplea, una de mis colaboradoras, es el ministro de Presupuesto; es muy simpático y además se ocupa de sus impuestos, lo que no es poca cosa. Es muy simpático, un amigo".

Otro día, De Maistre advierte a Bettencourt de que se va a ocupar "de cierta cuenta de 65 millones de euros que tiene en Suiza", debido a los acuerdos antifraude con Francia. "Hay que llevarla a Hong Kong, Singapur o Uruguay. Si la devolvemos a Francia, va a ser complicado. Así estará usted tranquila".

De aquellas conversaciones se desprendían indicios de delitos surtidos: evasión fiscal, financiación de campañas electorales ilegales, tráfico de influencias e incluso, al ser publicadas, revelación de conversaciones privadas. El escándalo estalla en la cara del Gobierno de Nicolas Sarkozy y, tras unos meses de tira y afloja, produjo sus primeras víctimas. Se ve obligado a dimitir el ministro de Trabajo, Eric Woerth, que ya había dejado su cargo de tesorero de la UMP, el partido de la mayoría. Y su mujer, Florence, abandonó su puesto en la empresa que gestiona el patrimonio familiar, Cymène.

El diputado socialista Arnaud Montebourg, estrella de las recientes primarias socialistas, definió así la situación: "Tenemos a un ministro del Presupuesto [cargo que ocupaba Woerth cuando se grabaron las conversaciones] que al mismo tiempo era el tesorero de la UMP, cuya mujer trabajaba organizando el fraude fiscal de la señora Bettencourt".

Lo peor estaba por venir. La contable, Claire Thibout, denuncia a la policía y a Mediapart que 150.000 euros en efectivo procedentes de la fortuna de la anciana fueron a parar en 2007 a los fondos de la campaña electoral de Sarkozy. Suenan las alarmas en el Elíseo. Los servicios secretos franceses entran en acción. Gérard Davet, periodista de Le Monde y coautor del libro Sarkozy m'a tuer, revela en exclusiva el 18 de julio de 2010 la declaración policial del administrador De Maistre, que implica de lleno a los Woerth.

"Sarkozy montó en cólera y reprochó a los jefes de la policía que no le protegían lo suficiente. Les dijo que no quería ver más noticias sobre el caso en la prensa", explica ahora Davet. "El servicio secreto pide a la compañía telefónica Orange el detalle de mis llamadas del 12 al 16 de julio, y hace lo mismo con las de David Sénat, un consejero del Ministerio de Justicia que acabará su carrera arrumbado junto a un armario en el ministerio".

Por otro lado, prosigue Gavet, "el fiscal de Nanterre, Philippe Courroye, ordena también revisar mis facturas para tratar de demostrar que había contactado con la jueza Isabelle Prévost-Desprez, encargada de la causa principal, con la idea de apartarla del caso".

Una querella familiar se convierte así en un presunto caso de espionaje doble del Estado, a un periodista de Le Monde y a dos funcionarios. En 2010, Davet denunció a la justicia que ha sido espiado, pero la fiscalía, fiel al Gobierno, lo archivó. En septiembre pasado, el reportero se presenta ante un juez con los faxes que contienen las órdenes de los servicios secretos. "El poder ha intentado a toda costa enterrar el asunto", dice el periodista, que recuerda además que en octubre de 2010 "alguien entró" en su apartamento y se llevó su ordenador y su GPS.

Mientras los jueces dirimen el asunto político, las últimas escenas familiares son de una crueldad tremenda. El protegido Banier sale de la escena, y le sustituye en el papel de villano el abogado y mandatario Patrick Wilhelm. La hija no ceja y logra que los médicos examinen a su madre una mañana de verano. El informe concluye que la multimillonaria sufre de "demencia mixta" y de alzhéimer. La juez aparta a Wilhelm de la gestión de la fortuna e incapacita a Liliane Bettencourt. Horas antes de que se conozca el fallo, la anciana trata de presionar y amenaza con abandonar el país. Y clama: "Si mi hija se ocupa de mí, me asfixiaré. La peor pesadilla sería depender de ella".

LUCES Y SOMBRAS DE ANDRÉ BETTENCOURT

André Bettencourt (en la imagen, abajo), el marido de la dueña del grupo L'Oréal, fue en su juventud director de la revista nazi 'La Terre Française', y ese pasado oculto le perseguiría toda su vida. Hombre elegante y bien parecido, Bettencourt era amigo de Eugène Schueller, fundador del imperio y también simpatizante nazi. Durante la guerra se reconvirtió en resistente y financió los primeros años políticos de François Mitterrand. Luego fue ministro del Gobierno sin interrupción entre 1966 y 1973, con De Gaulle y Pompidou, y antes de recibir su Legión de Honor fue alto directivo del imperio L'Oréal durante medio siglo, hasta que en 1994 se vio obligado a dimitir de su cargo de vicepresidente.

Aunque él atribuyó su retirada a motivos de edad, en realidad pagó el escándalo creado por el despido de Jean Frydman, accionista y miembro del consejo de Paravision, filial audiovisual del grupo. Frydman era un ciudadano franco-israelí que denunció que había sido apartado del grupo en 1989 por las presiones de la Liga Árabe, que amenazaba entonces con boicotear los productos de empresas con lazos judíos. L'Oréal tenía un mercado que defender en el perfumado mundo musulmán. En venganza, Frydman sacó a la luz los artículos antisemitas escritos en su juventud por Bettencourt, y este acabó dimitiendo y pidiendo perdón a los judíos. Para entonces, su única hija, Françoise, llevaba ya una década casada con Jean- Pierre Meyers, cuya familia fue exterminada en Auschwitz.

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