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NECROLÓGICAS

Carlos Piernavieja, periodista

`1989 no es un buen año para los viejos compañeros de Marca. Hay una frase pesimista que reza: "Siempre se mueren los mejores". Sólo es así en parte, porque la muerte llega para todos; pero en el caso de Carlos Piernavieja, fallecido ayer en Madrid, a los 71 años, es evidente: era de los mejores. Y como Belarmo, desaparecido hace poco más de cuatro meses por otro infarto de miocardio, de los más generosos.

Su humanidad corría pareja con su vehemencia dictatorial y con su enorme profesionalidad. Por eso, como Belarmo, había sufrido ya un aviso a su viejo corazón, cansado de tantas batallas deportivas en las canchas y en las gradas. Le había pasado una primera y dolorosa factura por querer ganar en su polifacética vida, que le llevó, primero como practicante, a ser el único deportista español internacional en cinco modalidades: baloncesto, balonmano, natación, rugby y waterpolo. Y a brillar en los tiempos heroicos y pioneros del deporte español, hasta ser múltiples veces campeón de España absoluto o universitario. Incluso llegó a tener los récords nacionales de natación en 100 metros espalda, 4 X 200 y 3 X 100 estilos. Y como otro ejemplo de su hermosa locura deportiva, formó parte de las expediciones en piragua Palma de Mallorca-Roma y de la travesía del estrecho de Gibraltar.

No fije extraño, por todo ello, que Carlos Piernavieja trasladara al periodismo toda la intensidad y dedicación que jamás he visto a nadie en esta profesión. Tuve la suerte de aprender de él, admirándole, en mis comienzos en Marca. Carlos se tuvo que morir un lunes, el día histórico de descanso en el periodismo deportivo, como si hubiera completado un domingo más, apretado y agotador, con la Liga de su balonmano -que acaba de comenzar, ironías del destino- o tras luchar por encontrar un hueco para meter en las páginas, por ejemplo, unas líneas de judo o de lucha, a las que había dedicado, seguro, muchas horas y mal entendidas, casi siempre.

Porque Carlos fue un todo terreno al que no se hizo justicia en vida por muchas placas y premios que recibiera. También llegarán tarde ahora, a título póstumo, con algún memorial incluido, como suele suceder. Su corazón tuvo que sufrir por la cruel marginación de hace unos años dentro de aquella hornada gloriosa de Marca jubilada sin piedad, sin haber aprovechado siquiera parte de sus muchos conocimientos. Porque para escribir de algo hay que saber, al menos, tanto como el futuro lector. Y Carlos era de los pocos que sabía siempre más, porque había sido, en casi todo, cocinero antes que fraile. Así lo demostró también en la desaparecida revista Deporte 2000 o en sus repetidas colaboraciones con el Comité Olímpico Español, del que fue jefe de prensa.

Pero los viejos soldados, en realidad, nunca mueren. Su cuerpo reposa desde ayer en el hospital Ramón y Cajal y hoy será enterrado a las nueve de la mañana en el cementerio de Fuencarral. El recuerdo de Carlos, también el de sus aventuras y anécdotas, que parecían irreales, pero que no lo eran cuando él las contaba, permanecerá como su mejor medalla, como su más brillante récord.

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