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Reportaje:DIOSES Y MONSTRUOS

El grito de Saviano

El autor de Gomorra cuenta que la historia demuestra que las sentencias mortíferas de los camorristas no se revocan jamás, que la venganza no se toma vacaciones en la memoria, que acaban ajustándose las cuentas aunque haya pasado mucho tiempo

Carlos Boyero

Roberto Saviano, ese pintor de infiernos intolerablemente reales, cierra su impresionante novela, reportaje, ensayo, poema o lo que sea Gomorra asumiendo e identificándose dolorosa y arrogantemente con el aullido que lanzaba el machacado Steve McQueen al final de Papillon: "¡Malditos bastardos, todavía estoy vivo!". Es el tipo de epílogo que resulta muy emotivo para los receptores en el cine y en la literatura que exaltan la supervivencia. Todos dormimos muy bien después de constatar que el mal depredador no ha podido destruir a nuestro vulnerable héroe, que en las ficciones a veces se salvan los buenos después de haber recorrido el volcán, de haber sentido permanentemente el aliento del monstruo en la nuca.

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Pero consultas datos y hemerotecas y descubres que el grito de Saviano corresponde al aquí y ahora, que ha sido condenado a muerte por haber escarbado en la basura, por hacerla pública, por revelar a lectores progresivamente aterrados el corazón, las ramificaciones, la metodología, el control despótico sobre las personas y las cosas de un imperio invulnerable y ancestral llamado la Camorra. El significado de esta palabra es demasiado obvio, transparente, simplificador: camorra, riña, bronca, pelea, enfrentamiento. Como también lo es Cosa Nostra, esa institución privada que siempre anda jodiendo a todos. Saviano prefiere definir la Camorra como El Sistema. Cuenta Saviano que la historia demuestra que esas sentencias mortíferas de los camorristas no se revocan jamás, que la venganza no se toma vacaciones en la memoria, que acaban ajustándose las cuentas aunque haya pasado mucho tiempo. Y tratas de imaginar lo que se siente al vivir en compañía del miedo, protegido a todas horas por un ejército de guardaespaldas, renunciando al contacto con tus afectos, recordando el salvaje final de hombres legalistas y supuestamente poderosos que estaban marcados por el verdadero Poder, por la sagrada Mafia, como los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino. Ellos representaban la ley, podían hacerles auténtico daño, encarcelarles, amenazar o clausurar sus negocios, demostrar la histórica complicidad entre los hombres de honor y determinados políticos.

El crimen de Roberto Saviano ha sido algo tan aparentemente inofensivo como escribir un libro contando el espanto que ha visto y oído en Nápoles, ejerciendo su notaría escrita sobre el reinado de la infamia. Woody Guthrie estaba utópicamente convencido de que su guitarra y sus canciones servían para matar fascistas. Blas de Otero sabía que aunque hubiera perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiró como un anillo al agua, le quedaba la palabra. Saviano podría declarar con orgullosa pero también amarga certidumbre que su libro, sus palabras impresas, han servido para que el crimen organizado le declare su enemigo prioritario. Y Gomorra estremece no ya por lo que cuenta sino por cómo está contado. Con una escritura torrencial y admirable, con literatura de primera clase, con una atmósfera y una fuerza expresiva que te empapan, te hipnotizan, te dan miedo, te convencen y te conmueven. Y te deslumbra tanta sabiduría y tanto estilo para captar un universo tan complejo en alguien de veintiséis años. Ahora tiene veintinueve. Y los verdugos se han empeñado en que la mosca cojonera que les ha incordiado retratando con temible potencia su rentable abyección no llegue a vieja ni muera en su cama.

Saviano habla del eterno protagonismo de la sangre derramada en nombre del negocio, de la droga, el cemento y la extorsión como las bases más suculentas de ese empresariado, del feudalismo y del vasallaje, de la masacre de la inocencia, de la corrupción como norma, del verdadero Estado que gobierna o desgobierna en Nápoles. Su escritura maneja paralelamente y con insuperable arre la crónica de sucesos y la sociología, la negrura y el lirismo, la descripción psicológica y la narración costumbrista.

Uno de los capítulos se titula 'Hollywood' y es de los pocos momentos en los que Gomorra ofrece una tregua al horror, te hace reír describiéndote cómo los capos de la Camorra se mimetizan ante el cine de gánsteres, cómo tratan de imitar los comportamientos, la gestualidad, el vestuario, la forma de hablar y de moverse, las mansiones, los tics, el argot, el estilo de vida de lo que les ha fascinado en la pantalla. Habla de la influencia y la vampirización que han ejercido sobre ellos películas como El precio del poder, El Padrino, Uno de los nuestros y Donnie Brasco. Y, cómo no, también la posmoderna actualización de los killers que supone el cine de Tarantino.

La paradoja de que la vida y la realidad copien a la imaginación y la ficción que se inventa el cine evidencia el magnetismo de éste, su capacidad para diseñar monstruos fascinantes que van a resultar modélicos para los que lo son de verdad. Cuando artistas incuestionablemente grandes como Coppola y Scorsese se han volcado en este opiáceo género han logrado películas intemporales, reflexiones sobre la violencia institucionalizada llenas de tragedia pero también de morbo y atracción. Se supone que para que esos personajes te hechicen tienen la obligación de ser complejos, de que su villanía posea cierta grandeza, matices emocionales, luces y sombras, algo que dé sentido o nos haga comprender sus crímenes. Pero corremos el peligro de que el envoltorio sea tan hipnótico que propicie la mitificación, que nos haga olvidar la perversa naturaleza y las abominables actividades de iconos con tanto encanto, que lleguemos a la convicción o al espejismo de que hay gánsteres sublimes, buenos, regulares, malos o malísimos, con corazón o sin él. Por mucha estética que se le eche al asunto es muy arriesgado o muy tramposo pretender igualmente dotarlos de excesiva ética.

Los Soprano nunca se han permitido el lujo de que nos enamoremos de ellos. Cuando más a gusto te sientes en su compañía, cuando están pareciéndote humanos y cercanos hay un giro brutal que te estremece, que te recuerda a qué se dedican y de lo que son capaces. Que le pregunten a Saviano la factura que hay que pagar cuando hablas de verdad sobre esta gente, cuando prescindes de adornos y halagos, cuando no les gusta su imagen.

Gomorra: viaje al imperio económico y al sueño de dominio de la Camorra. Roberto Saviano. Debolsillo (2008), Debate (2007) y Empuries (2007). Gomorra. Director: Matteo Garrone. Guión: Roberto Saviano y Maurizio Braucci. Intérpretes: Salvatore Abruzzese, Simone Sacchettino, Salvatore Ruocco, Vincenzo Frabricino. Se estrena en España el próximo viernes 14. www.robertosaviano.it/

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