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Un informe justifica los problemas de Francia para firmar la Carta de las lenguas minoritarias

De los 40 países que integran el Consejo de Europa, sólo 18 han firmado la Carta Europea de las Lenguas Regionales o Minoritarias. De éstos, sólo 6 han ratificado su firma: Croacia, Finlandia, Hungría, Linchenstein, Holanda, Noruega y Suiza. Sólo un país de la UE -Holanda- acepta impulsar medidas en favor de los idiomas minoritarios dentro de sus fronteras. En Francia, un informe justifica los problemas que tiene el país para firmar la Carta y defiende "un regionalismo republicano sin favorecer el renacimiento o desarrollo de los nacionalismos regionales".

Francia, por su tradición jacobina , por su condición de nación-Estado, figura entre los países que más dificultades encuentran para admitir la conveniencia de dar un trato respetuoso a los otros idiomas que malviven con el francés. Unas recientes declaraciones del ministro del Interior, Jean-Pierre Chevènement, relacionando la revitalización de los nacionalismos en España con la debilidad del Estado, han puesto de relieve la distinta sensibilidad respecto a la cuestión entre dos vecinos. Bernard Poignant, alcalde de la ciudad bretona de Quimper, acaba de elaborar un informe sobre la situación de las lenguas regionales en Francia en el que pone de relieve algunos de los problemas que la firma de la Carta comporta para su país. "El artículo 2 de nuestra Constitución dice que la lengua de la República es el francés". Salvar esa dificultad, admitiendo la existencia, aunque no la oficialidad, de otros idiomas, es la vía que sugiere Poignant a los constitucionalistas, al tiempo que admite la complicación que se deriva de "las obligaciones previstas en los artículos 9 y 10 de la Carta, que suponen un auténtico derecho de utilización de las lenguas regionales o minoritarias en las relaciones entre los ciudadanos y la justicia y las autoridades administrativas". En su informe, Poignant dice: "1999 no debe ser tan sólo el año de la moneda única; la lengua y la cultura son esenciales, puesto que afectan a los intercambios entre los hombres y los pueblos". Su postura no es la misma cuando se le pide hasta dónde está dispuesto a facilitar esos intercambios. "No pretenderá usted que deba redactar los documentos municipales en bretón. El francés es el idioma común y nos basta como lengua oficial", afirma. El catalán, el vasco, el flamenco, el alsaciano -dialecto del alemán- el bretón, el occitano o el gascón son para Poignant "idiomas cuya expresión no ha de frenarse porque corresponde a la libertad individual, pero eso no ha de mezclarse con la producción de textos por parte de las instituciones oficiales". La realidad fabricada por un siglo XIX uniformizador lo explica todo. "Las lenguas regionales fueron tomadas como rehenes por la Iglesia y por los enemigos de la República. Se sirvieron de la lengua del pueblo para oponerse a los principios de la República, a la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. El francés fue el idioma de la libertad. El informe Poignant se abre con una cita de Lionel Jospin en la que se admite que las lenguas regionales "son una riqueza de nuestro patrimonio cultural", sobre todo desde que queda ya lejos el periodo en que "su enseñanza podía amenazar la unidad nacional". Ahora la firma de la Carta Europea pone de nuevo el tema sobre el tapete y Poignant encuentra una estupenda fórmula para resumir la que considera una actitud adecuada al respecto: "Hoy es posible optar por el regionalismo republicano sin favorecer el renacimiento o desarrollo de los nacionalismos regionales". La situación lingüística francesa no explica las prevenciones heredadas del XIX. Hoy el segundo idioma más hablado no es ninguno de los regionales, que siguen retrocediendo, sino el bereber, fruto de la gran emigración argelina y tunecina. Durante el curso 1996-97, de un total de 12 millones de alumnos, los concernidos por la enseñanza de una lengua regional fueron 350.000, concentrados en Alsacia y Mosela, donde el vecindario alemán determina que la realidad bilingüe resista al monolingüismo oficial. "La construcción europea, la evolución económica y la mundialización están creando nuevas realidades transfronterizas. En esos casos un idioma común, como el flamenco, el catalán, el vasco o el alemán, no es sólo una cuestión de conveniencia cultural sino también de comunicación, de economía", dice Poignant.

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